Ya he escrito sobre Andrea Camilleri, pero tengo que volver a él, acrecentada mi admiración por la reciente lectura de Riccardino (2022). Este cierre brillante a la larga serie de novelas con el protagonismo del comisario Salvo Montalbano remata la colección de 33 títulos que le dedicó al personaje que catapultó a su autor a la cima del mundo literario. Con ese apellido, Camilleri homenajeó a su amigo, el también escritor de novela policiaca, Manuel Vásquez Montalván y fijó en la imaginación universal un héroe de orbe reducido, el de Vigata, ciudad inventada bajo el modelo del pueblo siciliano, origen del autor.

En exposición constante

No tendré vida para consumir tan ingente cantidad de narrativa, pero me bastan unos cuantos títulos para degustar la palabra ingeniosa, el paisajismo marino, el coloquialismo que proviene –para mí, por traducción– de sabroso registro popular de unas historias que incurren en diferentes círculos delictivos de donde sale airoso y siempre inteligente el comisario Montalbano.

En Riccardino, Salvo compite consigo mismo. Para la fecha de su escritura, 2005, ya se ha popularizado tanto la serie de televisión que en Italia se hiciera a partir de 1999, con los contenidos de ciertas novelas y un sinfín de guiones inspirados en el comisario, que el escritor puede jugar con la idea de que cuando Montalbano camina por las calles la gente lo confunde con el actor que lo representa. Esta filón se explota a plenitud, a tal punto de establecer una relación entre el Autor (personaje) y Montalbano (también personaje). Este contrapunto, a los hispanohablantes nos recuerda a Cervantes (cuando un escritor encuentra los cartapacios donde se entera de la existencia de un caballero andante) y a García Márquez (porque en Crónica de una muerte anunciada hay responsabilidades para el Autor), enriquece la historia al punto de marcar momentos de clímax en la investigación narrada.

De Alejandría a Aviñón, primera parada

El lector de sus novelas sabe que vendrá la novedad en medio de los rasgos fijos de su protagonista.

El diminutivo de Ricardo le corresponde a un habitante de Vigata, asesinado delante de tres amigos, que se han citado para hacer una caminata deportiva. El enredo está cruzado por llamadas telefónicas, por seducciones amorosas, por préstamos bancarios hasta que ingresa a la ficción un “pez gordo”, la larga mano de la mafia. En llevar una trama compleja que no altera el talante sereno del comisario que es capaz de vivir simultáneamente su vínculo casi platónico con su novia y sus copiosos embuches gastronómicos, Camilleri es un maestro. El lector de sus novelas sabe que vendrá la novedad en medio de los rasgos fijos de su protagonista. Sabe que el cerebro de Salvo produce sus mejores ideas cuando pasea su digestión por la playa. Sabe que la intuición funciona.

Camilleri cuenta que guardó la novela durante once años, porque a los 80 de edad creyó que era la hora de despedirse de Montalbano. En 2016 la retocó, pero su editor la publicó al año del deceso del escritor. Todas estas fechas convergen para singularizar una manera única de cerrar la vida literaria de uno de los emblemas de Italia. Hoy, que se hacen rutas turísticas en Sicilia para recrear las aventuras de Montalbano, que se han vendido millones de ejemplares de las novelas, traducidas a 36 idiomas, que la serie de televisión cumplió quince temporadas hasta 2021, podemos evaluar la trascendencia de lo que parece un divertimento. (O)