Es un día cualquiera. Amanezco, prendo la radio y tomo mi celular para revisar las últimas noticias. Leo con tristeza las novedades y la cantidad de hechos violentos que han sucedido en las últimas horas. Carros bomba, robos, secuestros, asaltos y muertes violentas. Una sensación horrible se apodera de mí. Es angustia y dolor por lo que sucede. También mucho miedo e incertidumbre. Uno no sabe cuándo le toca. No es necesario ir a los llamados “barrios peligrosos”, como advierten ciertos avisos de alerta. Pasa en todo lado.
Nos ha cambiado la vida. El miedo nos ha transformado. Escucho a una madre que recomienda a sus hijos jóvenes no conversar con extraños. No acercarse a la gente que no conoce. “No es momento de hacer amigos”, les dice. Y yo me pregunto, en silencio, cómo se puede vivir así, pero entiendo la realidad de lo inevitable. Hay que encerrarse para no correr peligro. Si no se meten a tu casa, claro.
Tengo un hijo, que desde hace tiempo vive solo y no puedo evitar recordarle lo que estamos viviendo y pedirle que se cuide. Me escucha y dice: “¿Cómo, mamá?”. No tengo palabras para responderle. Cómo explicar que vivimos en un estado de indefensión absoluta. Que no hay institución en el país que no esté bajo sospecha. Incluida la Policía y la Justicia, que deben cuidarnos como sociedad.
Sigo mirando mi celular y me encuentro con un video de un joven querido a quien tuve la suerte de acompañar en su crecimiento profesional en la universidad. Luchó hasta graduarse venciendo todas las adversidades. Y eran muchas. Estudiaba Periodismo y trabajaba haciendo bloques para sobrevivir. Vivía muy lejos y nunca se atrasó a sus clases. Realizó una de las coberturas en vivo más extraordinarias que tuvimos en Udla Channel durante el paro de la Conaie. Era simplemente el mejor. Siempre pensé que tendría un futuro profesional exitoso.
Hoy lo veo reportando a través de redes sociales su arribo a los Estados Unidos como inmigrante ilegal. Viajó con su esposa e hija pequeñita. No lo puedo creer. Me alegro que lo hayan logrado y estén vivos. Sin embargo, no dejo de pensar en el futuro incierto que significa permanecer en ese país como ilegal.
Como él, mi hijo y muchos otros jóvenes no sienten que tienen futuro en este país tomado por las mafias ante la vista y paciencia de un Estado cómplice. Todos quieren salir, no importa cómo. Muchos tendrán la suerte de conseguir un trabajo legal en otro país; otros buscarán lo que sea, arriesgando su propia vida.
Las cifras son alarmantes. En el primer trimestre de 2023, 23.330 migrantes fueron detenidos en la frontera de Estados Unidos por ingresar de manera irregular a ese país. Los detienen y los deportan, pero lo vuelven a intentar. Ni las detenciones ni los peligros de la travesía los detienen. No hay nada que los haga dudar.
Seguro piensan que es preferible arriesgarse a una detención o a morir en el intento que quedarse aquí y morir sin hacer nada. (O)