Cuando escuché a Guillermo Lasso decir que el país estaba descuajeringado, me imaginé a Gustavo Noboa mirándolo fijamente y diciendo de la forma más sarcástica posible: “Háblame de economías descuajeringadas”, mientras lidiaba con una economía recientemente dolarizada, una vertiginosa expansión del desempleo, con la emigración masiva a Estados Unidos e Italia y con el volcán Reventador. Luego imaginé a Jaime Roldós preguntando con ironía: “¿Democracia descuajeringada? Cuéntame más… mientras ambicionaba restablecer el orden democrático luego de una década de dictaduras e intentando apagar la Guerra de Paquisha. Y esta conversación imaginaria de exmandatarios podría seguir y seguir hacia el pasado.

En uno de sus mandatos José María Velasco Ibarra tomó un país no solo descuajeringado sino cercenado (así sea solo con líneas punteadas) luego de la firma del Protocolo de Río de Janeiro. Isidro Ayora enfrentó la bancocracia que perjudicaba a las grandes mayorías del país y puso orden a las finanzas públicas. Imagine a un Eloy Alfaro intentando desembarazarse del conservadurismo del país y a Gabriel García Moreno imponiéndolo, mientras lidiaba con la inestabilidad que provocó la caída de Manuel Ascázubi y Diego Noboa, la guerra con el Perú y tanto más bamboleo político que García Moreno vino a poner fin.

Pensemos por un momento en Vicente Ramón Roca cuando recibió los rezagos de la Revolución Marcista que fue la reacción que tuvo Guayaquil contra los atropellos de Juan José Flores en su tercer mandato, cuyo detonante fue la ‘Carta de la Esclavitud’. Ahora imagine usted a Vicente Rocafuerte, cuando Flores le entregó una flamante ‘República’ descuajeringada que más parecía las migajas de una monarquía… descuajeringada.

Finalmente, imagine nuestros intentos de independencia y de volvernos República cuando hasta la colonia fue un completo descuajeringamiento: Los monarcas españoles, del otro lado del charco, estaban preocupados por proteger los derechos de los indígenas con leyes similares a las leyes laborales del siglo XX: trabajo remunerado, jornadas de ocho horas, etc. Pero la forma en que se organizó y funcionó la colonia fue radicalmente distinta a lo que disponían las Leyes de Indias. Como si tales leyes no existieran. Los funcionarios encargados de hacerlas cumplir estaban estrechamente vinculados con los intereses que disponían controlar y con los abusos que buscaban corregir. Los funcionarios hacían fortunas. “Dios está muy alto, el rey muy lejos, el dueño aquí soy yo”, era el lema colonial.

Sin duda, la ‘revolución ciudadana’ dejó un país descuajeringado y quizá esa palabra ni siquiera le hace justicia al desastre que resultó en ese periodo de la historia fiscal del Ecuador cuando más ingresos hubo y, a su vez, más gasto. No me puedo ni imaginar lo que encontró Lasso. Sin embargo, creo que vale la pena ir más atrás en la historia para entender cuándo “mismo” se descuajeringó el país.

Y aprovechando que hoy es el día internacional de Leer un libro, déjeme recomendarle, una vez más, Las costumbres de los ecuatorianos de Osvaldo Hurtado para entender la génesis de nuestros problemas, idiosincrasia y realidad nacional contemporánea. (O)