Resulta importante ampliar la perspectiva sobre un concepto muy utilizado en estos tiempos y que se refiere al narcoterrorismo, entendiendo que incorpora aquellos casos en que la violencia deja de ser medio de reivindicaciones sociales, políticas y religiosas, vinculándose directamente con actividades criminales relacionadas con el narcotráfico que tratan de causar terror entre la población.

En la perspectiva actual, la motivación principal de quienes impulsan el terrorismo deja de asociarse con las causas tradicionales para convertirse en una forma de expresión de violencia criminal, tal cual ocurrió en Colombia entre los años 1988 y 1993; Angélica Durán en su libro Criminales, policías y políticos señala que luego de asesinatos sistemáticos de políticos y funcionarios locales por parte de los carteles de la droga, la violencia escaló “y los métodos de asesinatos que buscaban exponer los ataques como masacres y carros-bombas, se volvieron un lugar común”, y agrega que fueron los atentados con bombas los que propiciaron que Colombia empiece a utilizar el término narcoterrorista para describir este tipo de violencia; es decir que la extensión de la violencia por parte de los narcotraficantes y la aparición de nuevos métodos de extrema crueldad y exposición perpetrados especialmente en la ciudad de Medellín, dieron lugar a la llamada guerra narcoterrorista con una serie de elementos que tenían como propósito multiplicar la sensación de caos y anarquía entre la ciudadanía.

El término narcoterrorismo tuvo luego mayor difusión una vez que la DEA (Administración de Control de Drogas de los Estados Unidos, por sus siglas en inglés) definió el concepto en el año 2002, mencionando que se trata de un “subconjunto del terrorismo, en el que grupos terroristas, o individuos asociados, participan directa o indirectamente en el cultivo, la fabricación, el transporte o la producción de estupefacientes” y “puede caracterizarse por la participación de grupos o individuos asociados en el cobro de impuestos, proporcionar seguridad, o de otro modo ayudar o instigar a los esfuerzos del tráfico de drogas en un esfuerzo por promover o financiar actividades terroristas”. Hay un ejemplo de hace pocos años que ilustra los alcances del narcoterrorismo: es el llamado “Culiacanazo”, ocurrido en octubre de 2019 cuando la ciudad de Culiacán en México fue sometida a un día de total terror por parte del cartel de Sinaloa a raíz de la captura del hijo del Chapo Guzmán, lo que provocó que el presidente López Obrador, fiel a su retórica de “abrazos, no balazos”, ordene su liberación inmediata ante el descontrol absoluto en esa ciudad.

Más allá de cualquier discusión conceptual, pues hay quienes argumentan que hablar de narcoterrorismo es un intento fallido por simplificar la realidad, lo cierto es que hay grupos criminales dedicados al narcotráfico que entendieron la utilidad de usar la violencia extrema contra adversarios y obviamente contra el Estado, no solo para proteger sus intereses sino también porque se ha demostrado históricamente que la siembra del terror y el impacto en la sociedad trae consigo efectos colaterales en beneficio de sus negocios ilícitos. (O)