Es casi costumbre que los candidatos presidenciales en las democracias occidentales debatan sobre sus propuestas y programas. El último, entre los aspirantes al solio de la Casa Blanca, fue de dos personajes muy diferentes, viejos en la política y en edad, con tres años de diferencia. El presidente Mr. Biden tuvo fallos y olvidos y Mr. Trump no cambió su estilo agresivo y confrontador. El próximo año tendremos otro presidente gobernando al país más poderoso de la Tierra, que se enfrentará en lo internacional a un eje formado por China, Rusia y Corea del Norte. Espero que no tengamos que llamarlo el Eje del Mal. Mientras esas potencias han sido gobernadas por un solo hombre en los últimos veinte años, por la Presidencia de la gran democracia del norte han pasado cinco. Los presidentes de los EE. UU. están sujetos a las reglas de las democracias: voto popular, división de poderes y prensa libre. No se puede afirmar lo mismo de sus contrarios. En los mencionados países se hace lo que mandan los señores Xi Jinping, Putin y el gordito innombrable.

Los debates pueden cambiar la historia

¿En qué nos afecta esa realidad? En todo. El peligro más grande, que se cierne sobre todo el planeta, es la guerra nuclear. Putin decidió invadir y apropiarse de Ucrania, pretextando la seguridad de Rusia y en la Europa oriental puede estallar una guerra mundial voluntaria o por error. Las alianzas entre potencias y países siempre desencadenaron guerras globales. La Segunda Guerra Mundial empezó cuando Hitler invadió Polonia, que tenía un pacto de mutua ayuda con el Reino Unido. Terminó después de cincuenta millones de muertos, países destruidos, ciudades arrasadas y la economía europea destruida.

Nosotros no fuimos afectados directamente por la guerra, pero hubo gente perseguida, la constante en la célebre Lista Negra de alemanes y japoneses o simpatizantes con las potencias del Eje. Nuestra economía sufrió, aunque algunos como los productores de balsa y de caucho tuvieron buenos negocios, por ser insumos de la producción de armamentos.

Joe Biden no tomó medicación durante el debate contra Donald Trump

Algunos filósofos como Sartre y Alfred Stern enseñan que la cosa pública casi determina nuestra vida privada. Nuestra libertad está condicionada por las leyes, las fuerzas de la naturaleza, las guerras, los mercados. Sucesos tan actuales como la crisis económica del 2008 demuestran los daños que puede causar la codicia de los financistas. Un barco atravesado en el canal de Suez causó incremento de fletes y precios en el mundo. Las consecuencias del COVID-19 se hicieron patentes también en la escasez de fletes y las enormes filas de buques esperando turnos en las ciudades portuarias del mundo. La actual falta de lluvias en los ríos que alimentan el canal de Panamá causa estragos en la navegación mundial.

¿Quién gobernará a los EE. UU. en los próximos cuatro años? Ese debate último tendrá más consecuencias de las que nos imaginamos. Se puede pensar que el sistema democrático es frágil, pero ha demostrado una gran capacidad de resistencia ante las adversidades. Y su fortaleza está en que el poder no reside en la voluntad de una persona, pero quien preside los EE. UU. puede causar daños según el enorme poder que tiene. (O)