Uno de los efectos del derrumbe del orden internacional que lidera Donald Trump, presidente de Estados Unidos, será una acelerada carrera militarista, especialmente una proliferación de armas nucleares.

Una vez que Washington ha dejado de ser un aliado confiable, muchas naciones se concentrarán en adquirir fuerza nuclear o aumentar la existente. Las señales son claras. La Unión Europea ha anunciado un aumento gigantesco del gasto militar ante la amenaza rusa y el abandono de Estados Unidos. Alemania se ha embarcado ya en una carrera militar histórica. La dirigencia polaca habla abiertamente de adquirir armas nucleares. Francia ofrece convertirse en el paraguas nuclear de Europa. En Corea del Sur se da por hecho la adquisición de armas nucleares. Japón ha anunciado un incremento sustancial de su armamento.

El nuevo orden

El número de naciones con arsenal nuclear había venido creciendo en las últimas décadas –Pakistán, Corea del Norte, India, etc.–, así como el de países que están cerca de tener la bomba, como son Irán e Israel, aunque este podría ya tenerla. Ahora esto aumentará considerablemente. Los países bálticos y Turquía comienzan a discutir el tema. Y la lista crece.

Este no era el escenario previsto por los Estados Unidos. Durante los meses previos al fin de la Segunda Guerra Mundial, Washington diseñó un orden internacional en el que todos quienes se adherían a él podían beneficiarse.

No iba a ser un orden de corte imperial dominado por un Estado que imponía su voluntad por la fuerza a los demás. Ese tipo de órdenes ya había fracasado. Más bien, se trataba de un orden liderado, sí por una nación hegemónica, y que por ello gozaba de ciertos privilegios, pero que se sometía a las reglas que había creado y que se encargaba de monitorear.

Era una suerte de equilibrio entre la visión anárquica del sistema internacional (Hobbes) y una institucional. Gracias a ese sistema los Estados Unidos gozó de gran prosperidad, pero también sus aliados.

Sin embargo, en política nuclear la historia sería otra; dominaría una lógica de contención y no de expansión.

Dadas las peculiaridades de estas armas –las últimas a usarse en una guerra– hubo un consenso de que Washington retenga un control cuasi monopólico, tanto en el marco de la OTAN como fuera de él.

La idea no convenció, Charles de Gaulle, entonces presidente de Francia, quien expresó dudas de que los intereses de los Estados Unidos habrían siempre de coincidir con los de Europa. Así, Francia desarrolló su propio programa y arsenal nuclear sin depender de Washington.

Fue una política que irritó constantemente a los Estados Unidos. Pero el tiempo parece haberle dado la razón al general. Así como le ha dado la razón a quienes calificaron como error el que Ucrania devuelva a Rusia en 1994 el arsenal nuclear que tenía instalado en su territorio y que era de la ex Unión Soviética, a cambio del compromiso de Moscú de respetar su soberanía e integridad y de una garantía de Washington de velar por su cumplimiento.

Otra sería hoy la suerte de Ucrania si hubiese retenido control sobre ese armamento nuclear. (O)