¿Si no, cómo se puede llamar a un país que literalmente “ha perdido la cabeza”? Capital significa cabeza y si la cabeza deja de funcionar el cuerpo debe darse por muerto. La influyente periodista Thalía Flores dio hace unos días la voz de alarma, extrañada como estamos muchos, por el hecho de que en el astronómico número de 17 candidatos a la Presidencia de la República no haya un solo quiteño. “A Quito se la siente como desorientada, sin autoridades que la respeten y la piensen; (...) Da la impresión de que las élites capitalinas se han ido diluyendo en su propio egoísmo”, observa la acertada columnista y agrega otros síntomas preocupantes. Preguntémonos vargasllosianamente “¿cuándo se jodió Quito?

El Estado de anarquía

La falta de líderes quiteños con proyección nacional dura ya medio siglo. El último dirigente capitalino capaz de mover multitudes y virar la historia fue José María Velasco Ibarra, derrocado en 1972. De los dieciséis presidentes que han gobernado tras el fin de los gobiernos militares, apenas tres han nacido en la ciudad del Machángara (frente a ocho de Guayaquil y cinco de otros orígenes). Y de vicepresidentes, terrible, apenas dos de diecinueve segundos mandatarios de esta democracia vieron la luz en las faldas del Pichincha. ¿Significa esto que la Luz de América ya no alumbra políticamente? Esta orfandad se produjo paradójicamente mientras el crecimiento poblacional llevó a la “ex-carita de Dios” a convertirse en la mayor ciudad del país.

Canibalismo político electoral

No fetichicemos el pasado, este “gran convento”, como dijo Bolívar, nunca fue virtuoso y menos seguro, pero ahora es violento y peligroso. Si pueden revisar ediciones del desaparecido verpertino Últimas Noticias, de los años sesenta, encontrarán una queja sistemática por el mal estado de las calles, que podría publicarse hoy y parecer actual. En fin, ya muchos han expuesto casi diariamente, el mal estado de los servicios de la ciudad, el desborde delincuencial y el fiasco político. Intentemos determinar las causas y, luego, buscar soluciones antes que culpables.

Entre candidatos y candidatos

No puede decirse mucho a favor de las últimas administraciones, pero no obviemos que heredaron una inmanejable carga burocrática que genera una maraña administrativa, cuya mejor imagen pueden ser los tallarines de cables que amarran todas las manzanas de la urbe. Esas hidras de millares de tentáculos tienen un costo altísimo y están protegidas por una legislación cuya reforma... qué diré, intente pensarlo siquiera. Tenemos el Metro, una solución al problema del transporte público, pero el modelo de gestión que se estableció es el único posible dadas las absurdas leyes trogloditas que rigen. Así, la gran obra, que era una verdadera solución, se ha convertido en un gran problema. Atrapada por estos dos pichinchas financieros y administrativos la alcaldía tiene que gobernar con las sobras. Cualquier cambio se dificulta no solo por las presiones internas, sino también por el entorno díscolo y poco proclive a los cambios que crea la población. El éxito de una gestión municipal también interesa porque los gobiernos seccionales constituyen verdaderas incubadoras de líderes, que es lo que en el fondo nos hace falta. (O)