Los sueños ni se siembran ni se cosechan, simplemente se sueñan y a veces se cumplen.

Papá estaba seguro de que no había que dejar de soñar. Por eso, el día de mi cumpleaños, me hacía anotar mis sueños en un papelito, doblarlo y meterlo por la ranura de una alcancía en forma de barril que guardaba en la parte más alta del armario. —Ojalá se te cumpla, repetía cada vez.

Yo estaba segura de que sí se cumplirían, pero conforme crecía los sueños se iban haciendo viejos, al igual que papá. Algunos se cumplieron, el de la bicicleta roja fue uno de los que más feliz me hizo.

Cuando le acompañé al almacén ATU, con el pretexto de que quería botar su “viejo armatoste”, como él llamó a ese hermoso escritorio antiguo, lleno de cajoncitos donde él y yo jugábamos a esconder chocolates, vi la bicicleta roja. No llegué a tocarla, solo la miré y me fui a ver los escritorios. Eran horribles, de lata y fórmica, blancos, rectos, sin cajoncitos para esconder chocolates.

Nos decidimos por el de color blanco hueso, él se acercó a la caja, pagó, dio la dirección y se aseguró de explicar con pelos y señales cómo llegar. A la tarde sonó el timbre, salí corriendo a ver quién era, y ahí estaba frente a mí la bicicleta roja. —Me engañas, papi, le dije mientras le abrazaba.

—¿Yooo?, preguntó con cara de picardía.

—Sí, tú. Es mentira que la llavecita de la alcancía donde guardo mis sueños está perdida, tú sabes lo que quiero y me los cumples. Me engañas.

—¿Escribiste que querías una bicicleta?, no tenía idea. Te dije que cuando me muera te tocará abrir la alcancía con abrelatas. No tengo la llave.

—Entonces eres brujo, dije alzando los hombros.

Ahora tengo la edad de mi papá, ahora soy abuela, ahora quiero cumplir los sueños de Yoursokiú.

De pronto recuerdo la alcancía de los sueños.

Nunca la abrí con un abrelatas. Imagino que la tomo y siento en la base la llavecita pegada con un trozo envejecido de cinta Scotch. Tengo miedo de abrir la hucha, tengo miedo de comprobar qué sueños no se cumplieron.

No sé si los presidentes tendrán sueños. Tal vez solo tienen pesadillas. A veces se cansan en la mitad del camino y prefieren remar del lado de la corrupción, es más fácil y más conveniente, ¿no?

No sé si los ecuatorianos tenemos sueños, o ya estamos cansados de confiar, de ver que vamos de tumbo en tumbo y la desigualdad crece a la par que la delincuencia; que la desorganización es el pan de cada día; que la “razón natural” va desapareciendo. Pero no podemos desobligarnos cuando un nuevo año empieza, cuando sin querer y contra todo buen juicio, la esperanza nos llega a borbotones e ilusos como niños volvemos a soñar, a desearnos un feliz año, a empezar con ganas el nuevo calendario. Tal vez la vida sea solo eso: la ilusión del abrazo, la locura de un sueño, la necedad de confiar para poder construir, para poder trabajar, para sobrevivir.

Termina un año más de pandemia, ¿nos queda otra opción que soñar? Entonces, ¡soñemos! Démonos permiso de ser ilusos como un acto de resistencia para poder seguir.

Feliz año, lectores queridos, gracias siempre. (O)