La pugna entre el presidente y la vicepresidenta ha puesto en evidencia, una vez más, la necesidad de la existencia de partidos políticos sólidos, disciplinados, bien estructurados, con metas claras que emanen de una doctrina coherente, con organización interna electiva y dialogante. De existir partidos que funcionasen con rigurosos parámetros, jamás habríamos llegado a una situación tan penosa como la que estamos viviendo, pues los candidatos escogidos, luego mandatarios electos, actuarían en armonía con las estructuras partidarias y en consonancia con el ideario de la organización, no como dueños de hacienda, cuya voluntad e incluso su capricho prevalece por sobre los propósitos de la organización. “Yo gané las elecciones y a mí nadie me va a decir cómo debo gobernar este país”, ha sido el espíritu con el que se ha gobernado el Ecuador. ¿Quién lo dijo?; en todo caso, no extrañaría que algún mandatario haya pronunciado palabras muy parecidas. Y lo que es peor, las masas ignaras y las minorías “lustradas” lo habrían alabado: ¡es que este presidente sí sabe mandar!

Lucha de poderes

En el parteaguas del año 2000, algunos políticos que nunca dieron pie con bola y medios de comunicación noveleros, como loras que han comido galletas remojadas en vino, comenzaron a cacarear “¡partidocracia!, ¡partidocracia!, ¡la patita, lorita!, ¡partidocracia!”. Con el terminajo apostrofaban al sistema de partidos entonces vigente. Así, cuando se produce el movimiento de los “forajidos”, que buscaba derrocar al presidente Gutiérrez, uno de sus propósitos era “acabar con la partidocracia”. Tras la cadena de acontecimientos que vino después, Correa se alzó con el triunfo sin tener un partido político propio que lo respalde. A su personalidad autocrática, este espíritu antipartido que primaba en el país le calzaba perfecto, como calzón de spandex. Así, pudo imponer omnímodamente su voluntad apenas rodeado de una camarilla. Y cuando reorganizó a su absoluto gusto el Estado, copió muchas instituciones de las democracias europeas, pero no el régimen de partidos, sobre lo cual solo dejó unas normas más nebulosas que el Chocó Andino. De hecho, no formado un partido, sino movimientos que en la última década han cambiado varias veces de nombre y han lucido todos los colores del arco iris... No, no estoy insinuando nada, de la wipala a lo mejor.

¿Es otra sociedad?

Entonces, ahora tenemos un espectro partidario iridiscente y con sorprendentes vibraciones. Partidos o movimientos con nombres que parecen heladerías en la vereda de un tontódromo: Partido del Buen Humor, Movimiento Alegría y Sabor MAS, Frente Tuti Fruti... Estas vaciedades no son inocentes; su propósito es dejar todas las puertas abiertas para el amarre con quien sea, a cambio de cualquier piltrafa. Si queremos tener una república seria, representativa, alternativa y responsable, es indispensable instaurar un sistema de partidos eficaz y apropiado. Deben ser instituciones que, en su interior y en todas las instancias, funcionen con ética republicana, manejadas por mayorías legítimas, pero que no excluyan y peor hostilicen a las minorías. Organizaciones en las que prime el diálogo, sin perder de vista los altos propósitos de su ideario. (O)