Cada elección presidencial y de gobiernos locales nos recuerda la ausente educación política en Ecuador. En la casa, el aula, los medios de comunicación y la calle, los preceptos básicos sobre la democracia, la representación, el partidismo, la ideología se diluyen y confunden entre ellos. Los niños y jóvenes no aprenden tempranamente a tomar decisiones independientes porque la única manera de controlar a un grupo humano en un colegio es dando órdenes y porque los padres los orientan hasta el cansancio porque tienen miedo de que se equivoquen. El resultado es que los ecuatorianos salen a votar a los 16 años escasamente preparados para participar en la vida política de manera consistente con sus creencias y expectativas. Con los años se quejan del quehacer político sin entender que son parte del problema porque, con salir a votar cada dos años, no van a lograr el cambio al que dicen que aspiran.
Los autodenominados expertos, unos locales, otros importados, tampoco contribuyen a la causa. Como observadora electoral he asistido a las capacitaciones que organiza el Consejo Nacional Electoral. En una de ellas tuve que sufrir una charla de tono muy condescendiente de Regis Dandoy, un profesor universitario residente en el país. Empezó a compartir información relevante e interesante, pero la conversación devino en burlas en la línea de “No están aquí para poner su foto en redes sociales diciendo: ‘¡Soy observador!’” y “La credencial de observadores no es para que se estacionen donde quieran”. Cuando me quejé, la audiencia reaccionó como si la equivocada fuera yo por ser crítica, es decir, por tener la actitud que se necesita para ejercer a conciencia derechos políticos como el de la observación electoral.
En ese mismo estilo han aparecido en escena Andrés Jaramillo Carrera, quien “ama la política”, según su perfil en X, y Paulo Gaibor con “Mi primera chamba legislativa”. Aunque la intención es loable, ilustrar a un número histórico de asambleístas menores de 30 años, el estilo de su manual es innecesariamente infantilizador. Necesitamos que estos jóvenes se tomen en serio el trabajo y para eso sobran la equiparación de un cargo electo con un trabajo informal y contradicciones burdas como “pueden hacer relajo” pero “no es para hacerse un selfie”. Para ponerle más sal a la herida, el uso de ilustraciones en el estilo del Studio Ghibli muestran falta de originalidad y entran en conflicto con los principios éticos de la creación artística.
Estos ejercicios pedagógicos precarios ponen aún más en evidencia el estado de la educación ciudadana en el país desde las raíces del problema. Los estudiantes y los hijos que solo aprenden por medio del castigo y que actúan guiados por el miedo son el público de los capacitadores y personajes mediáticos que buscan la risa fácil y que son producto del mismo sistema. Los jóvenes dependen de un esfuerzo colectivo para desarrollar su autonomía y asumir sus responsabilidades con una orientación ética clara. Como cuando se los prepara para competir en un deporte o un concurso de arte o música son innecesarias la informalidad y las mofas. (O)