En los últimos meses algunos dirigentes de la Conaie se declaran “mariateguistas”; y el partido Perú Libre, al que pertenece el flamante presidente Pedro Castillo, expresamente se identifica con el mariateguismo. Entonces conviene explicarnos qué quieren decir estas denominaciones. José Carlos Mariátegui (1894-1930), apodado el Amauta (‘sabio’ en quechua), fue un intelectual y político peruano, fundador del Partido Comunista Peruano. Su obra más conocida es Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. No la pasé mal con la relectura completa de mi ejemplar comprado en 175 sucres hace cuarenta años. Se ha vivido.

Mariátegui, mestizo, a pesar de estar relacionado con una importante familia, la situación de su hogar era modesta. Muy niño sufrió una lesión que le imposibilitó caminar por un largo periodo, durante el cual leyó desmesuradamente y aprendió francés. El miembro dañado complicó siempre su salud, debiendo ser amputado años después. Aún adolescente se involucró en grupos intelectuales de tendencia izquierdista y escribió para algunos periódicos. El presidente Leguía lo envió a Europa en una curiosa situación: era a la vez destierro, beca y misión diplomática. Recorrió el Viejo Continente; en su estadía en Italia se relacionó con intelectuales socialistas que lo influirían decisivamente. A su regreso al Perú se dedicó al desarrollo de su pensamiento político y al activismo. Las fotografías recogen siempre su expresión inteligente y simpática. A diferencia de otros pensadores latinoamericanos marxistas, Mariátegui escribe bien, su doctrina es original y creativa. Percibe el potencial revolucionario de los indios, tanto por su situación socioeconómica precaria como por su cultura orientada al comunitarismo y su animismo, que es en la práctica un materialismo. A diferencia del plúmbeo economicismo de la mayor parte de los seguidores de Marx, concede una enorme importancia a la voluntad humana y a las ideas, en especial a los mitos, que son concepciones movilizadoras. Siempre muy interesado en la literatura, descubre el valor del teatro de Pirandello, mientras que aquí en Ecuador la izquierda ortodoxa despreciaba a los “pirandellistas”.

Se trata entonces de un intelectual superior, sugerente y claro, que puede ser exhibido sin rubor luego del fracaso del comunismo real. Su temprana muerte añade encanto a su figura, pero al mismo tiempo lo torna peligroso, pues si bien su análisis de la “realidad peruana” es demoledor, especialmente en su crítica a las minorías dominantes, en cambio sus escritos sobre la práctica revolucionaria y la sociedad a construir son escasos. El marxismo mariateguista es esencialmente abierto; esa apertura puede dar entrada a versiones dialogantes y constructivas, pero también a las intolerantes y violentas, entre las cuales se encuentra el Sendero Luminoso, cuya versión dogmática y homicida provocaría náuseas al filósofo. No se debe olvidar que, a pesar de las interesantes ideas de Mariátegui, él creía en el comunismo, un sistema cuya realización necesariamente pasa por la violencia revolucionaria y la implantación de una dictadura que, ya se ha visto, nunca es del proletariado. (O)