Grigori Yefimovich Rasputín (1869-1916), conocido simplemente por su apellido Rasputín, fue una de las figuras más influyentes durante el final de la Rusia zarista; nacido campesino en la aldea siberiana de Pokrovskoye, Rasputín abandonó su hogar para convertirse en peregrino, viajando a Grecia y Jerusalén. En 1903, Rasputín llegó a San Petersburgo, donde comenzaría a obtener y a reafirmar su influencia como santo, místico y figura política, con poderes de sanación y profecía. La zarina Alexandra a menudo acudió a Rasputín para tratar la hemofilia de su hijo, el zarévich Alekséi.

La influencia de Rasputín sobre la zarina fue cada vez más notoria, incluso sobre el zar Nicolás. En la corte se consideraba que la influencia de Rasputín sobre el zar y la zarina era nefasta, decidieron eliminarlo; una conjura encabezada por el príncipe Félix Yusupov logró su objetivo, Rasputín fue asesinado el 16 de diciembre de 1916. Ahora, en pleno siglo XXI, aparece un émulo no solo del audaz santón Rasputín, sino de los césares de la Roma imperial o de Joseph Stalin, el cruel dictador de la antigua Unión Soviética que gobernó con mano de hierro durante más de 30 años; igual que Adolfo Hitler, que dio inicio a la II Guerra Mundial invadiendo la antigua Checoeslovaquia y luego media Europa.

El equivalente a emperador o rey en Rusia era zar, su poder, según su tradición, era de origen divino. Al igual que en Francia, se esgrimía la teoría del origen divino del poder para justificar el absolutismo; podemos señalar a Jacques Bossuet (1627-1704), clérigo e intelectual, que en su obra póstuma La política según las Sagradas Escrituras (1709) justificaba el absolutismo de Luis XIV, señalando:

“Dios estableció a los reyes como sus ministros y reina a través de ellos sobre los pueblos (…). Los príncipes actúan como ministros de Dios y sus lugartenientes en la tierra. Por medio de ellos Dios ejercita su imperio. Por ello el trono real no es el trono de un hombre sino el de Dios mismo. Se desprende de todo ello que la persona del rey es sagrada y que atentar contra ella es sacrilegio”.

Putin, exagente, después director del Servicio Federal de Seguridad, el nuevo nombre de la antigua KGB, a fines de 1999, a la renuncia del borrachín Boris Yeltsin se convirtió en presidente interino, a partir de entonces y mediante maniobras electoreras se ha mantenido durante 22 años en el poder absoluto, ha impulsado reformas constitucionales que le permiten mantenerse en la presidencia hasta el 2036; en realidad, se ha convertido en el nuevo zar de Rusia.

Imposible olvidar que las provocaciones de Rusia a la paz mundial vienen desde 2008 cuando intervino en Georgia, con su apoyo nacieron las “repúblicas” de Abjacia y Osetia del Sur; en 2014 se anexó impunemente Crimea y a partir de entonces ha apoyado política y militarmente a los rebeldes separatistas del este de Ucrania, en la región de Donbás. A fines de febrero, en franco desafío a Occidente, Putin reconoció a las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, pretextando la defensa de estas “repúblicas” prorrusas, decide invadir Ucrania, poniendo en peligro la paz y seguridad del mundo. (O)