Mientras más veo cómo las empresas se preocupan e invierten en sus líderes, conscientes de que son los responsables no solo de los resultados sino de la cultura, el clima organizacional y la transformación de las personas que tienen bajo su influencia, más se me viene a la cabeza que debería existir un departamento de recursos humanos para los políticos.

Un equipo que pudiera formarlos y llamarles la atención, que los pudiera multar y reconocer por sus acciones que inciden en la gente.

Llamaría a algunos a la oficina, que podría tener su matriz en el Congreso y una sucursal en el extranjero, para tirarles las orejas por sus faltas en comunicación, por sembrar emociones negativas en sus equipos y seguidores, por promover el odio, buscar resultados sin importar los medios, por sus debilidades en inteligencia emocional y comunicación asertiva en sus acciones. Porque estoy seguro de que varios de ellos no se dan cuenta de que son responsables de las emociones que siembran en sus seguidores. Creo que no han reparado en que el fin no justifica los medios.

La comunicación estratégica en política se basa en las emociones y funciona, pero como líder social hay que hacerse cargo de lo que se genera. La comunicación es acción. El lenguaje no solo permite hablar de las cosas, el lenguaje hace que las cosas pasen.

Es a través del lenguaje y sus explicaciones que los líderes pueden regular los estados de ánimo de sus equipos y seguidores.

Los estados de ánimo se transforman en posibilidades de acción. Es decir, las personas van a actuar desde la emoción en que están. ¿Cómo se actúa entonces, desde la emoción del miedo o de la ira? ¿Qué se puede esperar de una persona que está en el resentimiento o en la resignación?

¿Tiene un político el derecho de usar recursos y estrategias para poner a una persona en una emoción negativa, con el fin de ganar un voto o una simpatía?

El problema es que la emoción generada no se acaba el día de una elección. ¿Sabemos lo nocivo que puede ser promover el resentimiento en un equipo o una sociedad?

El filósofo Rafael Echeverría describe al estado de ánimo del resentimiento como extremadamente corrosivo para la convivencia social, porque permanece escondido y crece en el silencio desarrollando como subproducto un espíritu de venganza. Es una emoción muy difícil de revertir, y que claramente no apunta a fortalecer una convivencia o generar un proyecto de empresa y menos de país.

¿Quién regula los discursos de odio que luego se quedan incrustados en la sociedad? ¿Qué se puede esperar de líderes que ponen objetivos personales por sobre los de la empresa o de un país?

Como primeras iniciativas, este departamento de recursos humanos para políticos podría apuntar a la formación en comunicación asertiva, que consiste en expresar las opiniones y las valoraciones, evitando descalificaciones y enfrentamientos. Podría promover también ciertas características de liderazgo femenino, que tiene un enfoque en colaboración la resiliencia y empatía.

Para una segunda etapa, podría repensarse el proceso de selección. (O)