La columna de febrero es una de las que siempre me cuestan un poco, por tratarse del mes del amor; ¿cómo se habla de eso?, ¿cuál es la mirada correcta? Joaquín Sabina decía “yo no quiero 14 de febrero, ni cumpleaños feliz” en un contexto en el que las fechas comerciales no significan nada y solo nos empujan a cumplir lo políticamente correcto frente a la mirada de los demás. Pero ¿qué es lo realmente importante?

Recuerdo que, de niña, una vez mi mamá me contó que, en algún momento, entre broma y reclamo, le había dicho a mi papá que a ella le gustaban las flores y que él nunca le había dado una; mi papá, que siempre ha sido un hombre pragmático y lógico, no le encontraba sentido a regalar algo que moriría en horas, pero al mismo tiempo quería complacer a su esposa, así que encontró la forma de hacer feliz a su mujer de una manera en la que también tenía sentido para él: le regaló una rosa de madera. Hasta el día de hoy me parece una de las cosas más románticas que ha hecho mi papá, porque el amor se recibe respetando la originalidad de cada uno. Competir o compararse con otras parejas es un error que genera frustración.

En otro orden, he escuchado a gente que me ha dicho “la distancia mata el amor”. Respeto esos criterios porque estoy segura de que se basan en alguna experiencia personal, pero desde mi perspectiva, el amor es una elección, y la distancia puede ser una herramienta que, en lugar de matar, alimente como madero al fuego. Creo firmemente en la libertad de acción y elección, me gusta saber que hay una puerta abierta de manera constante y que voluntariamente elegimos no usar la salida. El amor, para mí, es ese momento en el que cesan todas las ganas de buscar y la sensación de bienestar es recurrente. El amor es un lugar donde locura y paz comulgan en complicidad.

En consecuencia, y desde mi visión, las palabras también están involucradas jugando un papel fundamental. Las frases toman un significado distinto cuando las pronuncia una persona amada. Borges decía que estás enamorado cuando te das cuenta de que alguien es único, y creo que la ternura es un indicador de que lo hemos encontrado, porque esta aparece cuando la pasión desbordada, que suele ser efímera, se asienta y da paso a ese sentimiento que permite disfrutar un abrazo donde las palpitaciones se convierten en música para el alma; se refleja, a veces, en acariciar su cara y acomodar algún pelo rebelde, o perdernos en un par de ojos para hablar lo necesario, en el silencio de una sonrisa. Las palabras y silencios se entrelazan acertadamente según las circunstancias, cuando el cariño anda cerca.

Finalmente, ¿qué es lo importante? La respuesta es sencilla: poder ser nosotros mismos viviendo en paz y con libertad. Encontrar alguien con quien las coincidencias sean mayoritarias y las diferencias terminen siendo complementarias. La vida es muy corta para vivir dentro de relaciones de infelicidad, llenas de infidelidad, por tanto, me quedo con las palabras de Mario Benedetti: “Lo que uno quiere de verdad es lo que está hecho para uno; entonces, hay que tomarlo, o intentar. En eso se te puede ir la vida, pero es una vida mucho mejor”. (O)