El pensamiento y la escritura del escritor portugués José Saramago (1922-2010) es tan universal que se puede afirmar que, en este preciso momento, él está hablándonos a nosotros, pues su trabajo literario tiene una increíble capacidad de indagar en el ser humano y sus contradicciones. Su arte narrativo presenta siempre situaciones paradójicas que obligan a los lectores a romper sus esferas de creencias para acoger otras perspectivas sobre el mundo que compartimos. En su obra, por ejemplo, la península ibérica se separa geográficamente de Europa y deriva hacia el sur; o una historia oficial puede ser modificada con una palabra.

Sus novelas llaman a imaginar un Jesucristo muy humano, demasiado humano; cuentan de una sociedad que padece una epidemia de ceguera; enseñan las paradojas cuando un hombre halla a su exacto doble y no sabe ya quién es quién; dejan ver la fortaleza y la inteligencia de los ciudadanos que deciden castigar a los malos políticos con el voto en blanco; pintan las vicisitudes de las locas empresas como la de trasladar a un elefante, en el siglo XVI, caminando por toda Europa; interrogan por nuestra responsabilidad sobre la vida de los demás al comprobar que nunca se ha declarado una huelga en una fábrica de armas.

Saramago encarna al escritor que se sabe finito, regalado por el don de la palabra y dotado de un talento que cultivó con tesón.

Pero Saramago no solo escribió novelas, cuentos, poemas y obras de teatro, sino que, cada vez que pudo, cuestionó –en sus intervenciones públicas, entrevistas, conferencias, declaraciones– el porqué la humanidad no logra construir una sociedad más justa y equitativa, una verdadera comunidad que colabore colectivamente en la búsqueda de una paz social extendida y armoniosa, y que muestre efectivamente avances concretos en la calidad de vida de todos. En estos días de clima electoral, los ecuatorianos estamos tocados por lo que Saramago expresó en 2004 en Buenos Aires: “Cuando un político miente, destroza la base de la democracia”.

¿Qué tiene eso que ver con nosotros? Todo, porque especialmente los poderes políticos y económicos tercermundizan a diario al Ecuador con sus prácticas corruptas, injustas, mentirosas, engañosas y tramposas, mientras, por otro lado, la ciudadanía no se decide a participar más y mejor con lo que le corresponde: buscar con firmeza una visión común de paz y progreso, en la que cuente más lo que nos junta como ciudadanos que lo que nos separa como grupos con identidades diferentes. Por eso Saramago alertó sobre la tentación autoritaria del poder político que encuentra modos de corromper el poder económico.

La autoridad moral de Saramago viene de la tierra, del suelo (en Azinhaga, su aldea natal, anduvo descalzo hasta los catorce años), pues creció en un ambiente de precariedad junto con sus abuelos maternos pastores que le regalaron lo mejor de su paciencia y sabiduría. En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en 1998, Saramago dio una lección de lucidez y sencillez impresionantes, haciendo de ambas una virtud heredada de sus abuelos sabios. Saramago encarna al escritor que se sabe finito, regalado por el don de la palabra y dotado de un talento que, sin duda, cultivó con tesón. Saramago es un grande centenario. (O)