No. No ha comenzado el Armagedón, ni ha llegado el Anticristo. Tampoco el mundo está loco, loco; en todo caso, no más que en otras épocas; hay sí dos o tres gobernantes un tanto desequilibrados y cabe decir mejor, descolocados, porque están colocados en posiciones a las que jamás debieron llegar personas inestables o limitadas. Parece que la turbulencia en Medio Oriente se amainó, al haber logrado Israel y Estados Unidos detener el programa nuclear iraní, al menos por algún tiempo. Un alivio para la humanidad, aunque sea pasajero, saber que durante unos años ese atado de monjes fanáticos no dispondrá de armas atómicas. Y no habrá guerra mundial, porque un conflicto digno de tal nombre necesariamente es un enfrentamiento entre las grandes potencias, algo que no se producirá por lo menos en el mediano plazo.
Quedó claro después de la “guerra de los 12 días” que Estados Unidos es el mayor poder militar de la Tierra, condición que no será desafiada todavía por las otras grandes potencias. Es asombrosa la dimensión de sus fuerzas aéreas, pues rebasan a las de Rusia y China juntas. Además, la tecnología con que son fabricados sus artilugios bélicos es muy superior a las del resto de países, como lo demuestra la impresionante eficacia de sus ataques, que ha de contrastarse con los de Irán y Rusia que, ante la falta de precisión de sus armas, han de recurrir al bombardeo indiscriminado de blancos civiles para causar pánico en la población.
Rusia empantanada en la guerra con Ucrania, un país relativamente pequeño, ha demostrado escasa contundencia militar. Está conducida por un exespía con ideas imperialistas del siglo XIX, adicto a los métodos represivos de la desaparecida Unión Soviética y nostálgico del zarismo. Solo el hecho de poseer un arsenal nuclear le permite sentarse a la mesa de las potencias. China podría ser un contendor, pero igual sus armas pertenecen a generaciones anteriores y todavía tendrá que caminar para igualar a los americanos. Sin embargo, tiene ambiciosos planes de expansión, que los ha venido ejecutando con una muy funcional combinación de política y finanzas. Ese es el costado que hay que cuidar, por más que por el momento haya relativa tranquilidad.
La “guerra de los 12 días” fue una batalla más en la colisión entre Occidente democrático y los autoritarismos de toda índole, ideológicos, religiosos o mafiosos que, superando las diferencias entre ellos, se coaligan para enfrentar al que antes se llamaba bien el Mundo Libre. Por eso Washington acierta al presionar a sus socios de la OTAN para que contribuyan a este esfuerzo, sin confiarse en que América los defenderá de todo mal. Los países convocados han aceptado aumentar su aporte, pero extrañamente, el presidente del Gobierno de España, uno de los pilares históricos de Occidente, se rehúsa a colaborar haciendo un papelón al estilo de Hugo Chávez. Los países latinoamericanos deberían también alinearse con la vertiente cultural a la que pertenecen, con la que comparten los ideales republicanos de libertad, igualdad y respeto al derecho, como lo ha hecho el presidente Javier Milei al asumir una digna postura de consecuencia y visión de futuro. (O)