Escribo antes de la celebración, pero saldrá un día después. Se trata del Día de la Mujer.

Siempre me ha encantado ser mujer, no recuerdo ningún momento de mi vida que haya deseado ser varón, o me considerada menos que ellos. Nunca pensé que me faltaba nada, más bien de pequeña creía que a otros les sobraba… Puedo racionalizar los porqués, pero creo que es más sencillo que eso. Es la alegría de existir, de vivir, por el gozo de ser. Estaba y estoy bien conmigo misma.

Siempre he defendido los espacios propios, no como si estuviera en un campo de batalla, ahora que la guerra nos muestra todos los días sus desastres, sino porque no concebía que hubiera limitaciones que la sexualidad nos asignara. Me he enfrentado a costumbres en los espacios religiosos, organizacionales, académicos, barriales. No tenía claro que eso era luchar por los derechos de las mujeres. Simplemente, en la medida de mis posibilidades los ejercía.

Con más años, comprendí que esos derechos se defienden, porque millones de mujeres no los disfrutan, no los tienen, ni saben que les pertenecen. No reivindiqué el salir a trabajar fuera de la casa, porque me encanta sobre todo cocinar, que me parece una tarea creativa impresionante. No podía cocinar dos veces lo mismo, siempre tenía que tener algo diferente porque de lo contrario me aburría. Pero sí reclamaba que el trabajo de las amas de casa fuera reconocido y pagado. Nací en un país donde a nuestra madre le pagaban un sueldo por criar a las gemelas y a su hermano. No peleaba por la igualdad de acceso a ciertas profesiones, porque no quería que existieran esas profesiones. No concebía que las mujeres fueran soldados porque soñaba un mundo sin guerras.

Siempre me ha costado obedecer cuando la obediencia no es tal, sino sumisión. Que no es lo mismo. Para obedecer se necesita comprender y hacer propio aquello que se obedece. Someterse es hacer lo que otros quieren, con lo que puedo estar en desacuerdo, pero que realizo porque una autoridad me lo ordena. Transfiero mi responsabilidad al que me ordena. Cuando obedezco la responsabilidad es mía.

Descubrí que eso pasa con las visitas femeninas en las cárceles del país. Otras mujeres, en este caso policías, someten a las mujeres, mamás, esposas, hermanas, madres, amantes, amigas, hermanas que vienen a ver a alguien, a un trato cruel, inhumano y degradante.

Tienen que bajarse la ropa hasta las rodillas, incluido la ropa interior y debe saltar en sapito, es decir en cuclillas, con las piernas bien abiertas, para estar seguros de que no esconden algo en sus partes íntimas. Y luego igualmente deben descubrirse el pecho. ¿Pueden los órganos sexuales femeninos ocultar armas, y cantidad de drogas? Esa revisión además es colectiva. Al mismo tiempo 4 mujeres son revisadas y expuestas por otras mujeres que las tratan duramente.

¿Las que realizan ese chequeo humillante, se han atrevido a desobedecer órdenes que son torturas psicológicas? Parece que estuviéramos en el tiempo de la esclavitud. Se someten a una autoridad que ellas replican sin cuestionar. Si alguien reclama dicen esas son las órdenes, y si no las cumple no entra.

Falta todavía para que la igualdad entre todos nosotros se traduzca en respeto a la dignidad de cada uno. (O)