Me siento a escribir esta columna mirando la última página de mi planificador anual, como si fuera la hoja de un árbol que se marchitó y está a punto de caer dando fin a una historia. De esta manera, esta época me lleva a la reflexión y la evaluación, ya que el paso y el peso de los años me han hecho comprender que la diferencia no la hará el cambio de año, ni la cena, ni las doce uvas, ni el color de la ropa interior, ni las cartas que escribamos llenas de propósitos, ni el monigote que se consume en una pira mientras suenan estridentes petardos. Lo único que debe cambiar para que todo cambie es nuestra actitud frente a la vida y la determinación frente a la adversidad. Dejar de quejarnos por las acciones de los demás y empezar a armar nuestra propia ruta. Aceptar lo que no cambiará, ver si somos felices de ese modo y de lo contrario, tener la valentía para irnos. Quedarnos en un lugar solo por miedo, costumbre o culpa es morir lentamente y la vida hay que vivirla a plenitud, con intensidad, sin esconderse, sufrir, ni mentir.

En esa misma línea, mientras reviso palabras y ordeno ideas, como una suerte de guiño del azar, empieza a sonar de fondo Julio Iglesias diciéndome: “De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé que la vida se vive un momento… De tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir los detalles pequeños…”. Y me quedo con esa idea: ¿hasta qué punto nuestro legítimo derecho a superarnos se termina convirtiéndose en una voraz ambición capaz de cegarnos y robarnos los detalles pequeños de la vida? Hay gente claramente hambrienta de reconocimiento social, aunque traten de maquillarlo bajo una capa de “espíritu de servicio”, sus redes llenas de fotos “en territorio ayudando al prójimo” las delatan. Por tanto, estoy convencida de que la verdadera felicidad se encuentra en la sencillez y dentro de la familia. Vivir añorando dinero, poder, cargos, reconocimiento público y aplausos, me parece una inútil carrera detrás de espejismos que solo alimentan nuestra vanidad.

En contraste, el pasar del tiempo ayuda a comprender que caminar de la mano de quien nos ama honesta y exclusivamente, dentro de un amor genuino, recíproco y saludable en la vida real, es mejor que la foto posada para Instagram. Con la llegada de canas y arrugas, aceptamos que la juventud caduca y la vida tiene fecha de expiración, así nos llenemos de bótox, tinte y cirugías, por tales razones apreciemos a quienes nos escuchan con atención y nos hacen reír cuando sentimos que la vida se pone gris. Recordemos que llegará el momento de reconocer que ya hemos vivido más años de los que nos restan por vivir, entonces, caminaremos despacio disfrutando del paseo sin importar el destino, paladearemos la vida con todos sus sabores porque entendimos que solo tenemos el ahora.

Finalmente, este último mes, abramos nuestro corazón para soltar aquellas palabras o situaciones que nos lastimaron, rescatemos solo lo bueno y seamos agradecidos. Todo es aprendizaje. Corolario, cierro este año con las palabras de Albert Camus: “La vida es la suma de todas tus elecciones”, estamos a tiempo de pensar en las que traigan paz y bienestar. (O)