Un cerebro estimulado de manera constante con nuevos conocimientos y aprendizajes aumenta la reserva cognitiva, esto es, la capacidad que tienen las áreas sanas del cerebro de compensar aquellas zonas que están enfermas. Es una forma de inversión a largo plazo, una forma de ahorro para la vejez. La complejidad del cerebro es un hecho establecido, cada vez más difícil de entender aun cuando las investigaciones para poder detener y/o curar las enfermedades neurodegenerativas, muy comunes en la adultez mayor, avanzan. Todavía queda largo camino por recorrer.
Todo el bagaje de conocimientos y experiencias de la vida están en permanente estado de retroalimentación y, por lo tanto, de enriquecimiento, gracias sobre todo a la interacción social. Históricamente, la evolución de la humanidad ha sido grupal. La compañía siempre ha sido y será necesaria. Mientras más diversificada y frecuente es la interacción social, mayor beneficio habrá para el cerebro, que reforzará y multiplicará sus conexiones neuronales.
Repetidos estudios científicos han demostrado que el aislamiento social es un factor de riesgo para demencia (deterioro cognitivo mayor, de esto se habla en el sitio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos -https://www.cdc.gov/aging/spanish/features/lonely-older-adults.html-). Vale aclarar que es diferente estar solo/a que sentirse solo/a. Ambas condiciones son perjudiciales para la salud física y emocional. Los adultos mayores de 50 años son el grupo poblacional más vulnerable y propenso a experimentar soledad. Se incluye, además, a los grupos minoritarios con diversidad de género y diversidad racial. El aislamiento social y la soledad se han denominado los nuevos “gigantes geriátricos”.
Dependiendo de cuánta carga de enfermedades se lleve a cuestas, la interacción social se verá limitada y estará agravada por la ausencia de los hijos y la pérdida de amigos y familiares en el entorno. La reciente pandemia vivida ha expuesto casos de deterioro cognitivo que estaban ocultos en una vida activa. El aislamiento social aumenta también el riesgo de ansiedad, depresión y suicidio. El estrés que produce el sentimiento de soledad ha sido asociado a demencia. Un detalle, no siempre tomado en cuenta, es la pérdida de la audición, frecuente en el adulto mayor, que provoca aislamiento. Es menester del médico familiar estar atento para detectar tempranamente las situaciones de riesgo y poder intervenir oportunamente.
Mientras una pobre red social puede precipitar demencia, quien tiene una rica red de interacción con sus familiares, compañeros y amigos puede retrasar la aparición de los síntomas clínicos al proveer estimulación emocional e intelectual. A veces, la rutina del trabajo nos atrapa sin darnos cuenta, y solamente nos enfocamos en una misma actividad. Disfrutar de las conversaciones con diferentes grupos humanos, hacer nuevas amistades, proveernos de nuevos ambientes, lecturas y actividades son solo unas cuantas recomendaciones para mantener nuestra salud cerebral. (O)