Son cada vez más mujeres que viajan solas o acompañadas de bebés, niñas y niños, adolescentes e incluso personas mayores. Comparten la urgencia de salir de sus hogares para intentar alcanzar una vida mejor y la incertidumbre de no saber qué les espera a lo largo del corredor migratorio de América Latina, una de las rutas más transitadas y violentas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el corredor de México hacia los Estados Unidos es el más grande a nivel mundial, con cerca de 11 millones de personas en tránsito. Un embudo al que llegan ríos de gente de Centroamérica y Sudamérica, incluidas muchas personas de Ecuador, y también de más allá del Atlántico: desde China, Pakistán o Senegal.
En los últimos años, nuestra región ha experimentado un aumento en los flujos migratorios, que no solo van desde el sur del continente hacia el gigante del norte, sino que en el proceso millones de personas buscan refugio en otros países latinoamericanos, muchos de los cuales ―como Ecuador― son emisores, punto de tránsito y receptores de migrantes, con infinidad de personas pivotando entre varios lugares hasta que una parte de ellas pone rumbo hacia Norteamérica.
En ese último eslabón del corredor migratorio continental, México, el resurgimiento de los conflictos y los reclutamientos forzosos en Colombia; la violencia en Haití, la crisis en Venezuela o la vulnerabilidad socioeconómica y los efectos del cambio climático en diferentes países de Sudamérica han aportado heterogeneidad demográfica a una ruta todavía muy nutrida por centroamericanos que huyen de la extorsión de grupos criminales o la discriminación de la diversidad sexual.
En el marco de nuestra labor médico-humanitaria, en Médicos Sin Fronteras (MSF) somos testigos cotidianos de las consecuencias que desencadenan la desprotección, la precariedad y la persecución en la salud física y mental de quienes se ven forzados a huir. En nuestros proyectos de atención a población migrante en la región, tanto en México como en Honduras, Guatemala o el Darién panameño, notamos que las personas tratan de sobrevivir no solo a los angustiosos desafíos que supone el proceso migratorio en sí, sino también al endurecimiento de políticas restrictivas que les asfixian, como recientemente de la mano del cambio de administración en EE. UU., que les exponen aún más a redes criminales -incrementando el peligro y la violencia durante su viaje.
Nuestros pacientes relatan haber sufrido eventos violentos que incluyen torturas, agresiones sexuales, robos, secuestros y extorsiones, que dejan graves consecuencias en su salud física y mental. Solo en 2023 nuestros equipos asistieron en el Darién a más de 670 sobrevivientes de violencia sexual y, en México, a más de 700 personas en 2024 al igual que a cientos de personas más en países centroamericanos. En Ciudad de México gestionamos un Centro de Atención Integral donde tratamos a decenas de pacientes cada año que perdieron su funcionalidad debido a la violencia extrema.
Migrar, una libertad en crisis
Las dinámicas cambiantes de las rutas nos exigen adaptar constantemente las actividades y priorizar los lugares de intervención. Si bien en Ecuador no contamos con proyectos para personas migrantes, nuestros equipos en América Latina ven de primera mano los efectos que las políticas restrictivas y la violencia de múltiples actores armados tienen sobre las personas que se desplazan desde diferentes países centroamericanos como Guatemala, Honduras o El Salvador, y del sur del continente, como Venezuela, Colombia e inclusive Ecuador.
Conocedores de las huellas que estos procesos dejan en las personas, abogamos para que la asistencia y la protección humanitaria sean el foco de las políticas y estrategias migratorias en toda la región, asegurándoles un viaje y una estadía seguras y dignas en los lugares de tránsito, recepción y llegada.
En MSF hemos alzado la voz enérgicamente acerca de los impactos nocivos que las políticas de disuasión, criminalización y contención tienen sobre las poblaciones en movimiento en distintas partes del mundo. En este periodo electoral que atraviesa Ecuador, esperamos que las propuestas de los candidatos y candidatas contemplen iniciativas enfocadas en la protección de las personas migrantes y deportadas a través de la adopción y promoción de medidas humanitarias que minimicen los riesgos para su salud y bienestar.
Dejar todo atrás y aventurarte a lo desconocido por una potencial vida mejor es muy complejo. El camino puede serlo aún más. Y regresar, como a veces sucede, sin haber logrado el objetivo de partida es también todo un desafío. Por eso, quienes requieren asistencia merecen condiciones de acogida dignas, independientemente de las circunstancias de su llegada; así como la posibilidad de transitar por rutas seguras, teniendo derecho a servicios básicos. Es fundamental que se desplieguen los mecanismos de protección necesarios para evitar más padecimientos. Porque migrar es humano y buscar refugio no debería ser un crimen. (O)