Nací en un hogar en el que el fútbol no era mayormente importante.

Sin embargo, mis tíos maternos, barcelonistas a morir, eran mi referencia de las historias del fútbol, tanto local como mundial.

De ellos aprendí la rivalidad del Astillero, del Reed Park, del viejo Capwell, de las historias de don Fernando Paternoster, del Pez Volador Helinho, del Diablo Tiriza, del Candado Mayeregger, del otrora Norte América, ‘El que Jamás Tembló', del Pibe Bolaños, del Chanfle Muñoz, del irrepetible Alberto Spencer, y de tantas y tantas historias que fueron alimentando cada vez más mi interés por el fútbol, al punto de convertirse en pasión con el paso de los años.

Por esa época, acercándose a los finales de los 70, en el Olimpo del fútbol solamente habitaba un rey: Edson Arantes Do Nascimento, Pelé.

La revelación de Pelé sobre el letal cabezazo que poseía Alberto Spencer Herrera: ‘Él fue mejor que yo en ese aspecto’

No había niño que no supiera su nombre completo. Podría no saber las capitales de las provincias, el nombre de los triunviros, o de las principales calles del centro de la ciudad, pero esas cinco palabras estaban grabadas en el subconsciente. En ese lugar en el que se anidan los sueños felices de todo niño.

Mis tíos asistieron a ver al Santos de Pelé y Garrincha contra Barcelona en el Modelo. En esa época jugaban en la defensa del equipo local Vicente Lecaro y Luciano Macías, quienes por su seguridad y rudeza eran denominados la Cortina de Hierro. El resultado final fue 6-2. Según ellos contaban, Garrincha se cansó de bailarlos y Pelé lucía extraterrestre, cada vez que recibía el balón. Recuerdo sus miradas y gestos; de admiración al hablar de Garrincha, pero cuando hablaban de Pelé, era un brillo especial; silencio, veneración. Hacían sentir que hablaban de un ser especial; de un Rey.

La vez que Pelé le quitó la escena protagónica a Sylvester Stallone, relatada por Osvaldo Ardiles: ‘Él no sabía ni agarrar un balón’

Desde que tengo algún recuerdo del fútbol, este señor ha sido el referente de lo más grande; desde la gesta de Suecia 58, de ese grupo de humildes muchachos brasileños de color, que bajo la batuta del Mago Feola impusieron el jogo bonito como nuevo orden mundial en el fútbol, desafiando la técnica y soberbia del Viejo Continente, hasta la épica conquista de la Jules Rimet para siempre en 1970.

Fuerte, veloz, técnico, genial, líder, goleador, único.

“... Pelé, camisa número diez...” terminaba el histérico y emotivo relato del narrador brasileño cada vez que gritaba uno de sus goles con la auriverde. Esa verdeamarela que llenó de gloria. Esa camiseta que puso por encima de todas. Que la llevó a la cima del fútbol mundial y que hoy hace temblar a cualquiera cuando entra a un estadio.

Pelé y El Rey del fútbol son sinónimos. No hay varios reyes. Hay uno solo.

Ese título fue creado para él y su partida a la eternidad no deja el título vacante, porque Pelé vive para siempre en cada cancha de fútbol del mundo, en cada buena jugada, en cada gol. En el recuerdo de todo lo bueno que el fútbol le da a la gente de este convulsionado mundo, tan necesitado de alegrías, de celebraciones y de euforia.

¡Viva O Rey!

¡Viva Pelé! (O)