Durante el tiempo que representé al Ecuador en el Consejo de Seguridad, y siguiendo las directivas del presidente Lasso, denuncié y rechacé, una y otra vez, la pretensión de la Federación Rusa de anexar por la fuerza el territorio de Ucrania. Al hacerlo no lo hacía únicamente por solidaridad con esa nación que ha venido sufriendo una brutal invasión por parte de Moscú. Lo hacía, también y por encima de todo, en defensa de un principio que ha sido piedra angular del orden internacional: la prohibición de que los Estados hagan suyo el territorio de otro Estado por la fuerza. Es un principio que, al plasmarlo en la Carta de la ONU en 1945, adquirió fuerza jurídica universal.

Europa: ¿hacia un nuevo Renacimiento?

Desde la política colonialista europea en África hasta las anexiones forzosas de Hitler sobre las naciones vecinas a Alemania –seguidas por supuestos plebiscitos–, la voracidad territorialista había sido el motor de conflagraciones espantosas. De allí el consenso que emergió al final de la Segunda Guerra Mundial de proscribir jurídicamente la anexión forzosa del territorio de otro Estado. No es que las guerras desaparecieron gracias a la vigencia de ese principio en un tratado internacional. Guerras las ha habido desde 1945, ciertamente, ya sea por razones ideológicas, económicas como estratégicas. Y probablemente las seguirá habiendo, y poco podremos hacer para evitarlo. Pero al menos no para satisfacer ambiciones territoriales. Que ya es bastante decir, si miramos la historia de los conflictos internacionales. Un registro en el cual debemos incluir a nuestro país.

La improvisación mata

Hasta que llegó hace tres años la invasión a Ucrania. Moscú no ha ocultado que uno de los objetivos de la invasión fue y es anexar el territorio de Ucrania, una nación que la élite gobernante rusa le niega identidad. Fue un error de Lenin, dicen. Y lo acaba de dejar en claro en la lista de exigencias que ha presentado a Washington para aceptar el cese al fuego. Sin ningún tapujo, Putin sostiene que no son negociables todos los territorios que ha ocupado desde 2014, es decir, incluyendo Crimea; lo cual equivale a un 20 por ciento del territorio de Ucrania. Y exige, además, que esa anexión sea reconocida no solo por Ucrania sino por la comunidad internacional como legítima. Un territorio por el cual Moscú ha enviado a morir o a ser mutilados a casi un millón de jóvenes soldados rusos, ha provocado la muerte de miles de civiles ucranianos, ha desplazado a millones de familias y ha pulverizado ciudades enteras.

Lo grave, sin embargo, es que el ingrediente territorial que se creía superado en materia de conflictos internacionales no solo es que se ha instalado en las mentes imperialistas que se habitan en el Kremlin, el virus se ha propagado rápidamente por otros parajes. Taiwán, el Canal de Panamá, Canadá, Georgia, Groenlandia, la Franja de Gaza, Corea del Sur, son algunas de las “presas” territoriales de las que algunos vienen hablando varios líderes con cada vez mayor intensidad. A ello debemos añadir el frenesí por los minerales estratégicos que se necesitan para enfrentar los nuevos desafíos de la economía mundial y los efectos del cambio climático. Todo esto ha traído a la expansión territorial de regreso al escenario mundial como otro de los elementos que están minando al sistema internacional. (O)