Convulsiones sociales motivadas por diferentes factores se manifiestan en varias regiones del orbe. En estos días conocimos de disturbios y saqueos masivos en Sudáfrica, los muertos se cuentan por decenas y hay al menos unos 2.000 detenidos; se trata del estallido de violencia más grave ocurrido en ese país desde la conquista de la democracia en 1994.

Reclamos relativamente recientes se han dado en varios países por motivaciones diversas. Ya sea por la brutalidad policial en Estados Unidos, por reivindicaciones sociales exigidas por ‘los chalecos amarillos’ en Francia, por el incremento del pasaje del metro de Santiago de Chile, porque no se elimine el subsidio a los combustibles en Ecuador, y así por el estilo en Bolivia, Nicaragua, Colombia, México, Cuba... indistintamente de la ideología con la que gobierne.

Se intenta encontrar explicaciones; se ensayan teorías sobre agitadores o motivaciones genuinas de hartazgo ante injusticias y descomposición social. Sin embargo, es fundamental hacer un esfuerzo para detectar esas diferencias y canalizar una respuesta oportuna y adecuada en cada caso. En Cuba, el régimen ordena a sus coidearios enfrentar a quienes exigen cambios y libertad, mientras los cuerpos armados reprimen con golpes y detenciones a quienes se atreven a protestar. Los líderes de izquierda de la región han mostrado su respaldo al régimen cubano en lugar de dárselo al pueblo de esa isla que hace más de seis décadas tiene restringidas sus libertades.

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Las organizaciones de la sociedad civil están llamadas a velar por la formación cívica de la población. La mejor manera de proteger la democracia es lograr que cada ciudadano comprenda cómo se obtienen los recursos públicos, cómo se los invierte y qué cantidad de servicios logran cubrir. De esa manera, se generará un nivel superior de conciencia cívica que alcance también a los nuevos políticos y desarrollen un mejor entendimiento de las manifestaciones sociales y sepan responderles con la debida pertinencia. (O)