En este momento latinoamericano de insistentes posturas ideológicas debe existir, por lo menos, un consenso básico sobre los fundamentos de quien es la verdadera madre del progreso de los pueblos: la democracia. Aquel que no cree genuinamente en ella, o aquel que tiene una versión moldeable a conveniencia de ella, no puede ser parte de una discusión productiva sobre el desarrollo social y económico de nuestros países, y más bien debe alejarse de inmediato de cualquier cargo público y de la política en su totalidad. El problema es que son justamente aquellos personajes antidemocráticos los que se aferran al poder. Es una tarea de nuestros pueblos darse cuenta de quiénes carecen de principios democráticos para saber que, independientemente de sus ideologías, nunca lleguen ni se mantengan al mando de un gobierno.

Existen definiciones y derivaciones teóricas sobre lo que una verdadera democracia conlleva. En la práctica lo más simple para detectar a sus ofensores no es ver quién cumple con todas sus condiciones, sino más bien notar quién rompe sus más elementales fundamentos. Aquel gobernante que insista en reelecciones presidenciales indefinidas emana inconfundibles olores de lo que es un régimen antidemocrático. Quien vea en Cuba luego de cincuenta años de un mismo gobierno algún indicio de democracia debe revisar sus ojos en un manicomio. La democracia es alternancia en el poder. La democracia es la libertad y el respeto a cualquier pensamiento que se candidatice por cargos públicos. Cuando durante una elección la masa de candidatos es sometida a un espacio publicitario igualitario, mientras aquellos que están en el gobierno seccional o nacional de turno usan cadenas y espacios de propaganda para promocionarse ellos mismos sin límites de tiempo, sin la menor consideración a las reglas y con la mayor desfachatez humana posible, en ese instante desnudan sus pobres valores democráticos. La democracia es competir limpiamente por el sagrado voto popular. Cuando alguien pretenda que los medios de comunicación privados y públicos tengan la misma visión del gobierno, en ese momento la democracia cae en un abismo sin fondo. La democracia es el gobierno del pueblo, por lo que su libre opinión debe ser promovida, y no enclaustrada. Los medios privados son fuentes de información y de opinión, quienes los consumen saben la línea editorial que cada uno de ellos contiene. Querer cambiarlos es como esperar que una revista de farándula internacional y de consejos de belleza femenina contenga artículos políticos. Más bien son los medios públicos los que deben servir como una gran tribuna de opinión popular, al fin de cuentas esos sí son hechos y mantenidos con el dinero de todos.
Deben estar al servicio del Estado y no del gobierno de turno. Un gobierno que usa los medios públicos solo para que le lluevan flores nunca tendrá la credibilidad para hablar de democracia. La democracia es el respeto a la opinión de todos. Cuando el poder Ejecutivo o el poder Legislativo se inmiscuyen con el poder Judicial, la democracia se desangra. Cuando un Presidente es tumbado por el poder Legislativo y ni siquiera es reemplazado por el sucesor natural que es el vicepresidente, sino por un tercero, la democracia es acuchillada por la espalda. En el Ecuador nos hemos equivocado consistentemente en elegir a nuestros políticos, quienes nos han distraído la atención hablando de izquierda y de derecha, y han alejado nuestro análisis de lo realmente de fondo. Cuando un país tiene verdadera democracia el equilibrio de las ideologías llega solo, como cuando un matrimonio decide perdurar. Albert Einstein solía decir que su único ideal político es la democracia. Si la democracia es real, el progreso lo será también.