Los teléfonos llamados inteligentes están transformando al mundo, y no necesariamente en algo mejor. Con seguridad la idea original de poder recibir correo electrónico o poder navegar en internet con ellos fue pensada para volvernos personas más eficientes en nuestros trabajos, pero está convirtiendo a las nuevas generaciones e incluso a muchos adultos, en seres cada vez más desconectados del mundo. Están más conectados con su teléfono, pero el mundo se les pasa por el frente sin que alcancen a alzar la mirada para verlo. La función del chating es la que más los absorbe, y combinada con el correo electrónico y el internet transporta al usuario a varios lados al mismo tiempo, sin físicamente estar en ninguna parte. Se convierten en entes virtuales que flotan por el aire como flotan las ondas de radio y televisión, dejan de existir. La comunicación sin duda es importante para el desarrollo del mundo, pero lo que logran los teléfonos inteligentes va mucho más allá de eso. Es una gula comunicacional. Adictiva y progresiva. Debería ser también considerada para pecado capital. Varios estudios mundiales reconocen que el uso de estos teléfonos puede convertirse en una adicción severa, cuyo tratamiento es muy similar al que le dan a un adicto a las drogas. No debería extrañar a nadie estas afirmaciones. Solo basta mirar cuánto tiempo puede estar un usuario sin sacar su teléfono de su cartera o de su bolsillo para ver si le ha llegado algún mensaje. Se convierte en un tic nervioso imparable e insaciable. Cuando uno de estos teléfonos inteligentes se le pierde a su dueño, su mirada se desubica, la ansiedad lo domina, pagaría como un drogadicto para que se le permitiera solo ver un mensaje más. La sensación de estar totalmente desconectado genera desesperación, por lo menos los primeros días, hasta que sus cuerpos se empiezan a desintoxicar. Es curioso notar que mientras más desconectados estamos de estos teléfonos, más conectados estamos con el mundo que nos rodea. Podemos elegir en vez de chatear, mejor llamar y escuchar la voz de esa persona. En vez de mandar una foto, mejor llamar a contar la imagen que se captó. O podemos elegir aun mejor –en vez de chatear– hablar con la persona que tenemos al frente, y parar de tratarlo como si fuera un poste. Muchas veces estos teléfonos se convierten en excusas, escondites y escudos para evitar el contacto con quien está al frente nuestro.

Creo que hay un balance sano al que se puede llegar en el uso de celulares. El chating debería ser eliminado de raíz, y volver al antiguo método de mensajería de texto, aquella no tan antigua manera de recibir mensajes sin sentirse obligado a responderlos de inmediato, o sin sentirse mal por haberlo leído y no tener nada que responder. Recibir solo los correos electrónicos de trabajo y únicamente en caso que nuestras labores no nos permitan estar frente a una computadora la mayor parte del día laboral. El internet es bueno mantenerlo como una herramienta de consulta no invasiva, pero que no sea usado para interacción en redes sociales, que son en sí una fuente de adicción de igual poder. Nunca y bajo ningún motivo o excusa darle uno de estos teléfonos a un menor de edad. Esta tecnología se está haciendo asequible a todo nivel social, por lo que es importante que reconozcamos sus beneficios y sus amenazas. Nuestras nuevas generaciones están viviendo el mundo a través de esa pantalla con su mirada rastrera, y enmudeciendo de a poco. El mundo nos espera con sus brazos abiertos y nuestros ojos arriba, no lo decepcionemos.