Es la ciudad con probablemente uno de los brazos de mar más putrefactos del planeta. El estero Salado debe ser el más oscuro reflejo del quemeimportismo político que gobernó esta ciudad. Sus manglares y recorridos hubieran sido, en otras manos con un mínimo compromiso con la ciudad, un sello turístico y urbanístico inigualable. En cambio, se ha convertido en una vergüenza que debería quemar nuestra conciencia todos los días. Ver la sedimentación negra en su suelo, observar imágenes del estero abarrotado de desperdicios plásticos flotando como una decoración fúnebre, oler su vaho que nos transporta a esas épocas escolares cuando alguien tiraba un pedo chino en la mitad de la clase, mirar cómo madres con niños se aferran a sus casas de caña arrimadas a la orilla rodeada de desechos y basura, nos recuerda que la miseria que se ve en documentales sobre países africanos está aquí solo a la vuelta de la esquina.

Nuestra urbe cobija la mayor cantidad de asentamientos ilegales del país. Las invasiones son parte de su paisaje natural, como son los cerros, y el mismo estero podrido. Pareciera que los guayaquileños nos hemos acostumbrado a verlos. Esta es la ciudad donde los que viven en las colinas al pie de la Perimetral riegan los barrancos con fundas de basura, como quien riega sus plantas todos los días. Nuestro puerto principal carece de un parque ícono de la ciudad. Quito disfruta de parques como La Carolina, El Ejido, y su pulmón urbano, el Metropolitano con 557 hectáreas. Mientras acá nuestra gente tiene que contentarse con pequeños parques enrejados con columpios. El año pasado en Guayaquil se reportaron más robos a personas que en cualquier otra ciudad del país. Aquí se han liberado más presos sin sentencia que en ningún otro lugar del Ecuador. La batalla por la vida del estero Salado, por la eliminación del tráfico de tierra, por sembrar un parque ícono en Guayaquil, y por la extinción de rateros y ratas, debería ser un grito de guerra en común de todos los guayaquileños.

Guayaquil debe ser la ciudad en el Ecuador que más ha sufrido los desahucios de la clase política ecuatoriana. Ha sido una víctima de la corrupción, del populismo y del desamor. Ha sido gobernada por políticos que no la han querido, y que solo han visto en ella una fuente de votos y de dinero. Desde los años cincuenta los traficantes de tierra siempre tuvieron vínculos con los partidos políticos más fuertes de cada época, incluso se afiliaban a ellos para contar con su venia y enriquecerse en conjunto.

La ciudad necesita menos políticos y más ciudadanos en la alcaldía. Es en las alcaldías desde donde se debe comenzar a ciudadanizar la política ecuatoriana. Muchas personas pueden no estar de acuerdo con los pensamientos o los modelos de gestión de Jaime Nebot, pero no se le puede negar su dedicación y entrega por esta ciudad. Sus logros son indiscutibles. Cuando pueda despolitizarse del todo, a nuestra urbe le irá incluso mejor. Sus años al mando han sido un buen paso hacia el rescate de la ciudad, aunque aún falta mucho, por lo menos cincuenta años de buenas y apasionadas administraciones. Ya depende de nosotros que sepamos elegir a los que vienen después. Que Dios ilumine a Guayaquil.