El 22 de agosto pasado, en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG), se realizó un reconocimiento póstumo para el ingeniero Alberto Sánchez Varas y por encargo de su familia describí el perfil profesional y humano del homenajeado. Acepté el compromiso sobre todo por el cariño y respeto que tendré siempre por nuestro querido Alberto. Fue un honor haber sido escogido para cumplir tan noble encargo. En ese acto de rigurosa solemnidad procuré encontrar las frases justas y las palabras necesarias que configuren la idea principal: entender las cosas con que lidiamos diariamente.

Como cuando destrabamos la indiferencia con una sonrisa. O con una palmada enfriamos el desaire, o cuando una mirada es más significativa que 1.000 palabras, o cuando un dicho es más que todo un discurso. Pero si nos referimos a los tiempos inexorables de Dios una lágrima es toda una vida, los sentimientos el bálsamo para consolar la privación, la fe es resiliencia, y los recuerdos inolvidables que explican por qué Dios puso en el camino de la vida a quienes deben acompañarnos.

Luis Alberto Sánchez Varas nació en Guayaquil el 11 de junio de 1946. Sus padres fueron Alberto Sánchez Cavanna y su madre Haydeé Varas Peñafiel. Su padre no solo le transmitió a Alberto el barcelonismo, sino también el anhelo para que se convierta en un brillante profesional. Alberto Sánchez Varas fue ingeniero comercial, periodista profesional, diplomado en diseño curricular por competencias, donde obtuvo también una maestría. Casado con la licenciada Lola Elvira Loor Plaza, su querida compañera de vida, con quien procreó a su hija María Gabriela Sánchez Loor.

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Alberto fue miembro de la Academia Nacional de Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas. Miembro de la Confraternidad de Historiadores Camilo Destruge; vocal del Colegio de Periodistas del Guayas, de la Unión Nacional de Periodistas de Guayaquil, y del Círculo de Periodistas Deportivos del Ecuador. Cronista del suplemento semanal Memorias Porteñas, de diario Expreso.

Por sus venas recorría un torrente de inclinación por el periodismo. Se conoce que con apenas 12 años ya comparecía en los micrófonos de radio Atalaya, donde daba noticias de balompié internacional en un programa conducido por Ricardo Chacón y Agustín Barreiro. Sus dotes lo llevaron a ocupar un puesto estelar en EL UNIVERSO entre 1964 y 1982.

Alberto Sánchez Varas. Foto: Archivo

Entre sus anécdotas como periodista de este Diario se destaca aquella cuando sorteó a la muerte en un regreso nocturno desde Machala, donde cubrió el tercer partido final entre Barcelona y Técnico Universitario, que definía al campeón de 1980, ganado 3-0 por los canarios. Culminado el juego Machala era una fiesta, con las calles intransitables, repletas de aficionados. Alberto y los fotógrafos Humberto Parra y Miguel Quijije debían ir urgentemente al aeropuerto para abordar una avioneta que los trasladaría a Guayaquil, donde con todo el material informativo tenían que aterrizar antes de la hora límite para el cierre de la edición. Al fin llegaron, pero el plazo de autorización de despegue había terminado porque prácticamente era de noche y el aeropuerto machaleño estaba por cerrar.

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En una operación arriesgada el piloto elevó muy justo la nave sobre las casas cercanas al terminal aéreo. Todos se persignaron y arribaron a tiempo al antiguo edificio de EL UNIVERSO, en Nueve de Octubre y Escobedo. Escribió la nota con la inclusión de las mejores gráficas. Alberto Sánchez Varas alguna vez me confesó sobre ese vuelo: “Vivimos un momento de alto riesgo, pero por Barcelona valió la pena”.

Alberto Sánchez Varas: “El periodismo de hoy sigue siendo, en esencia, el mismo de antes”

Por su gran capacidad para investigar la historia de Guayaquil, de sus personajes, del deporte de la provincia, Alberto conformó una trilogía de inigualables historiadores junto a Ricardo Vasconcellos Rosado y Mauro Velásquez Villacís. Responsables los tres de mantener vigente la verdadera historia deportiva de nuestra ciudad. También trabajó en El Telégrafo, en la revista Estadio. Su voz fue escuchada en las radios Atalaya, Caravana, Mambo y Súper K800; y en la TV en Canal 10 (TC Televisión), Cabledeportes y en el de la UCSG. Alberto también se distinguió por su gran cultura general. Escribió varios libros como La aviación y los aeropuertos en Guayaquil, Historia del Movimiento Olímpico, Vida de un hombre: Emilio Estrada (1855-1911), Nuestra Historia (del Benemérito Cuerpo de Bomberos).

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Por sus obras le conoceréis. Es probable que esta frase tan repasada a través de los años calce perfectamente en Alberto por su gran preparación académica, cultural y deportiva. Sus conocimientos en estas áreas los convirtieron en un hombre de consulta. Pero no solo lo antes anotado avala la trayectoria exitosa de Alberto. También su templanza de carácter y una personalidad que fraguó desde muy joven, hasta conseguir muy pronto la madurez. Tenía una reciedumbre virtuosa, vigorosa, intelectual pero muy sensible.

Hace aproximadamente cinco años EL UNIVERSO me invitó a ser columnista. Alberto Sánchez Varas me dio varios consejos: “Mario, el derecho a dar una opinión veraz te obliga a reconocer que ese derecho será del lector y dejará de ser tuyo”. Me insistió en esto: “Cuida de tus humores, porque las columnas del periódico no están para que el escritor desahogue sus humores, por justificados que sean estos”.

De sus virtudes siempre admiré su gran memoria. Su capacidad para recordar fechas y su facilidad para el detalle riguroso y metódico. Un capítulo aparte digno de resaltar es que Alberto, por sus raíces, ofrecía un permanente aporte para que la italianidad se conserve vigente a través de las generaciones. Fue un importante y tenaz impulsor de la Sociedad Dante Alighieri, institución dedicada a mantener vigente el idioma, arte, cultura y costumbres de Italia en Guayaquil. Además colaboró en las actividades de la Sociedad Italiana Garibaldi. Por todo ese apoyo desinteresado le fue conferida la Estrella de la Solidaridad Italiana y por sus méritos fue nombrado Caballero, concesión de honor contemplada en la constitución italiana.

‘Y tu nombre flotando en el adiós…’

Alberto formó parte de un ejército especializado en ser “los buena gente”, una legión de seres humanos bendecidos por Dios para alegrar la existencia. Soldado de la amistad, buscó en la fraternidad una forma de vida. Fue buena gente. Fue un virtuoso social que estrechaba el vínculo de la amistad sin mucha complicación, facilitaba el perdón o disimulaba el error ajeno. Estoy convencido de que desde ese lugar superior donde mora, en esa distancia infinita, estuvo muy atento del acto en su honor.

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Alberto fue un guayaquileño orgulloso de sus raíces. Con la entereza que vivió, luchó en silencio, hasta que presintió su destino. Su fe en los designios de Dios hizo que sus últimas instancias las reciba en paz, en compañía de su amada Lolita, de su hija, y de sus familiares más cercanos. Partió al más allá el 10 de marzo de 2021.

Que mis reflexiones y pensamientos hayan servido para recordarlo. Son razones también para invocar la nostalgia que produce su ausencia. (O)