“Barcelona no es un club, es un país”. La frase, pronunciada hace muchos años en un festejo de la Asociación Barcelona Astillero, por un prócer torero, Wilfrido Rumbea León, cinco veces presidente, se quedó en mi memoria y renace hoy cuando el ídolo del Astillero acaba de celebrar su aniversario número cien con varias ceremonias coordinadas con éxito por Luiggi Macchiavello en un trabajo agotador.

Durante un almuerzo con celebridades nacionales y extranjeras, Adur e Izaro Basurko, hijos del exsacerdote vasco Juan Manuel Basurko, autor del gol más recordado de la historia de la Copa Libertadores, me preguntaron sobre las razones de la popularidad de Barcelona. Les contesté que la explicación era extensa, pero que iba a obsequiarles mi libro Los Forjadores de la Idolatría en el que explico las razones sociopolíticas, económicas y futbolísticas que llevaron a un modesto club de barrio a convertirse en un fenómeno de proporciones gigantescas.

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Los brasileños Toninho Vieira (i) y Severino Vasconcellos, campeones con Barcelona en 1985, se reencontraron cuatro décadas después durante los festejos del centenario torero. Foto: Cortesía

Barcelona nació la noche del 28 de abril de 1925 en una esquina del Astillero, el más populoso de la ciudad que entonces tenía unos 150.000 habitantes. Esta fecha fue confirmada en una declaración notarial del primer secretario, Víctor Manuel Olvera, en presencia del presidente vitalicio Victoriano Arteaga Martinetti. Aquel día se eligió la directiva “acordándose que tomaran posesión el día viernes 1 de mayo y que esta fecha sea la fundación del club”. Aquel 1 de mayo se realizaba la inauguración de la casa del comerciante catalán Eutimio Pérez Arumí, cuñado del presidente electo, Carlos García Ríos.

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Algunas versiones atribuyen la idolatría a los éxitos iniciales de Barcelona, lo cual no es cierto. Sus comienzos fueron modestos. Jugó en 1925 en la serie B, fue subcampeón y ascendió a la serie A para 1926. Lo que sí es cierto es que se ganó muy pronto la admiración de todo el barrio por el coraje que mostraron sus jugadores, encabezados por el primer ídolo torero: Manuel Gallo Ronco Murillo Moya. El público iba a verlo jugar atraído también por la originalidad de su guardameta, el inolvidable Rigoberto Pan de Dulce Aguirre, quien inauguró en el planeta la figura del arquero-jugador. Los diarios lo criticaban por salir con el balón en los pies hasta la mitad de la cancha. Y no solo eso: atajaba penales con los codos y una vez lo hizo con la cabeza ante el infalible Jorge Laurido.

Otro deporte que llenó de gloria a Barcelona fue el boxeo. En 1928 tenía en sus filas a uno de los más grandes fistianeros de nuestra historia: Carlos Sangster Carvajal, autor de una gesta incomparable: ganó dos títulos en una misma noche peleando en dos categorías distintas. En todos los rings de Guayaquil triunfaban Luis Traverso, Virgilio Bardellini, Manuel Gómez y Pepe Tachuela Morla.

¿Por qué el primer uniforme fue de color negro? Sencillo, los jóvenes estudiantes y empleados que formaban el club no tenían recursos para comprarlos. Uno de los comerciantes catalanes, fervientes apoyadores desde la primera hora, tenía un sobrante de ese color y lo donó. La madre de Pedro y Galo Pombar Castillo, titulares del equipo, se prestó para confeccionar los uniformes con los que debutaron el 9 de agosto de 1925, según contó Luis Quintero Robles en su libro El astillero, historia de un barrio noble.

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¿Cuándo se inició el proceso de la idolatría? Entre 1932 y 1942 Barcelona vivió sus años sombríos. Por razones disciplinarias fue suspendido en el fútbol y regresó en 1934, pero la Federación lo envió a la serie C. Después pasó a la B y a la Intermedia, para, finalmente, volver a la primera categoría. No tenía, entonces, la fuerza que lograría después. Se batía con los mejores, ponía altas dosis de coraje, pero le faltaba calidad. En 1945 su centromedio, Federico Muñoz Medina, decidió retirarse y buscar la presidencia del club. Fue electo y nombró entrenador a su hermano Jorge.

Claudio Alcivar (i), Julio César Rosero y Marcelo Morales, multicampeones con Barcelona, compartieron mesa con Salvador Capitano (d), DT que ganó el título nacional de 1995. Foto: Cortesía

Las invasiones habían formado un subproletariado urbano que había empezado a tener una alta influencia política. Las condiciones económicas habían decrecido y se atribuía la pobreza a las maniobras de una burguesía que, además, ostentaba el poder político. Emelec, llamado ya “los millonarios”, era un club rico, tenía una sede elegante, contaba con estadio propio y había ganado el título de 1946. Barcelona funcionaba en un sencillo chalet de madera y caña en la esquina suroeste de Chile y Francisco de Marcos y luchaba por mantenerse en la serie de honor.

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Los Muñoz Medina decidieron, en noviembre de 1946, intentar captar a las juveniles estrellas del Panamá SC y lo lograron gracias a la influencia que ejercía Fausto Montalván entre sus compañeros. Pasaron a Barcelona Enrique Romo, Jorge y Enrique Cantos, José Pelusa Vargas, Galo Papa Chola Solís, Manuel Valle, Nelson Lara y otros nacientes cracks. Estaban ya en el equipo José Jiménez, Juan Zambo Benítez y Sigifredo Agapito Cholo Chuchuca. Poco después llegó el milagreño Guido Andrade. Un año después fue fichado Carlos Pibe Sánchez.

Allí arrancó el fenómeno idolátrico. La conexión con el alma popular fue instantánea: había aparecido el equipo capaz de doblegar al poderoso y acaudalado Emelec. El primer episodio del esplendor torero ocurrió el 20 de mayo de 1947 cuando Barcelona probaba en un amistoso su alineación ante un equipo formado por cinco jugadores argentinos que estaban de paso a Cali y varios nacionales. Allí surgió una de las grandes delanteras de la historia: El Quinteto de Oro, que formaban Jiménez, Enrique Cantos, Chuchuca, Pelusa Vargas y Andrade. Con Jorge Cantos, Montalván, Luis Ordoñez y Romo, Barcelona mostró que estaba para grandes cosas en su campaña de 1947.

Un momento para recodar el título barcelonista de 1981 en la charla entre Carlos Torres Garces (i) y Alcides de Oliveira durante el almuerzo del miércoles pasado. Foto: Cortesía

El 8 de noviembre de 1947 Barcelona debutó internacionalmente ante el afamado Deportivo Cali de los cinco argentinos: Spagnuolo, Tocker, Isra, Ruiz y Reuben. El partido terminó 4-4 con una gran actuación oro y grana. En 1948 goleó a Libertad de Costa Rica; después de ir perdiendo 2-0, terminó ganando 4-3 a Deportivo Cali con un gol en los últimos minutos de Sigifredo Chuchuca. El 30 de mayo, en la revancha, el Cali estaba 4-1 en ventaja. Todo parecía perdido, pero surgió la ya legendaria garra de los locales. Goles de Cantos, Andrade y Chuchuca pusieron el empate y otro de Jiménez llevaron a un triunfo sensacional. Luego venció a Boca Juniors de Cali y el diario El Telégrafo comentó el 14 de octubre de 1948: “Doce mil espectadores llegaron hasta las tribunas del Capwell para constatar dos cosas: La capacidad real del Boca Juniors de Cali y saborear un triunfo más del equipo ídolo de la ciudad, el Barcelona”.

Los goles espectaculares del arquitecto supremo de la idolatría, Sigifredo Chuchuca (“Cholo hecho de mangle y picardía”, dijo Ricardo Chacón), el comportamiento valeroso de sus hombres, el alto vuelo de su juego, la rivalidad con Emelec, la sorprendente victoria ante Millonarios en 1949 y el título de 1950 situaron para siempre a Barcelona en el corazón de las multitudes en todo el país y en cualquier punto del mapa donde haya un ecuatoriano que guste del fútbol. Tenía razón don Wilfrido: Barcelona es un país. (O)

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