Cada vez que se enfrenten Barcelona y Estudiantes de La Plata –como sucederá el martes próximo– será inevitable resucitar aquel célebre encuentro del 29 de abril de 1971 que terminó con una victoria del equipo guayaquileño con el legendario gol del sacerdote vasco Juan Manuel Basurko (1944-2014), quien vestía la camiseta oro y grana del Ídolo del Astillero.

Con el detestable canibalismo criollo, aderezado con el odio a la historia, el único lugar en el planeta tierra donde se escuchan voces disonantes que pretenden deslucir este suceso que se ha convertido en el episodio más famoso y original de la historia de la Copa Libertadores es Ecuador. Son rebuznos salidos del gaznate envenenado por la envidia o el odio que generan los mitos de antaño repletos de gloria, enfrentados a un presente que ha perdido el encanto que tuvo un fútbol de hombres apasionados por su divisa, desprovistos de miserias mercantilistas y dispuestos a entregar todo su esfuerzo en busca de la victoria. No los enceguecían las tácticas, pero respetaban el orden; su estrategia era jugar, pero también sabían correr. Lecaro, Saldivia, Spencer, Bolaños, Muñoz, Coronel, Paes hacían del balón un objeto de disfrute y desequilibrio, más cerca de la esencia del fútbol.

El diario El Día, de La Plata, al día siguiente del triunfo de Barcelona que terminó con el invicto del estadio de Estudiantes en la historia de la Copa, calificó como hazaña esta jornada. No fueron los enviados especiales del periodismo guayaquileño, ni los que estábamos en periódicos, revistas, radios y estaciones de televisión los que bautizamos así a tan resonante victoria. El suceso traspuso los límites de los países de los clubes protagonistas y pronto aparecieron jugosas crónicas en toda América. Horas más tarde la hazaña de La Plata, como la llamaron los argentinos, provocaba encendidas reacciones en Europa, especialmente en España, Italia e Inglaterra.

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¿Cuáles fueron las causas de la universalización del triunfo de Barcelona ante Estudiantes? Podríamos citar muchas. El balompié argentino había empezado a practicarse en 1867; en Ecuador se introdujo recién en 1899. En 1893 Alexander Watson Hutton fundó la Association Argentine Football League, un hito en la estructura argentina del deporte organizado. En Ecuador, en 1925, se fundó la Federación Deportiva Nacional del Ecuador, que tuvo a su cargo la organización del fútbol. En 1904 llegó a Argentina el primer club extranjero a medirse con las formaciones criollas: el Southampton, equipo inglés de la primera división. El arribo del primer club foráneo a Ecuador se produjo en 1926: el Gimnástico Arturo Prat, de Chile. Estudiantes de La Plata nació en 1905, mientras que Barcelona recién fue fundado en 1925. El club platense obtuvo su primer título en 1913; Barcelona fue campeón por primera vez en 1950. Argentina obtuvo su primer título sudamericano en 1921. Ecuador acudió por primera vez a estos certámenes en 1939 y hasta la fecha no ha sido nunca campeón. Argentina fue subcampeón en el primer Mundial de Fútbol, en Uruguay 1930; Ecuador acudió por primera vez a la cita en el 2002.

Podríamos referir multitud de episodios y cifras para mostrar la gran diferencia entre el fútbol argentino y ecuatoriano, pero el detalle más importante entre los dos clubes estaba en que Estudiantes era tricampeón vigente de la Libertadores y había sido monarca intercontinental en 1968 derrotando al Manchester United. A este equipo lleno de fama mundial enfrentó Barcelona en su primera presencia en semifinales de la Copa.

Otro factor histórico era el desprecio con que la prensa argentina miraba a este advenedizo en la historia de la Copa. El Gráfico, afamada revista, había llamado a Barcelona “equipo de tercera categoría” y le negaba toda opción de ganar. El Día, de La Plata, en la edición del 29 de abril, al comentar el que llamó el “lance decisivo”, se refirió a nuestro Barcelona así: “(...) Los ecuatorianos tienen fe en lograr lo que para la mayoría del mundo entero aparece como una especie de milagro futbolístico: llevarse los puntos de 57 y 1. Claro que la aspiración suena demasiado grande para sus posibilidades, ya que –hablando objetivamente– conforman un equipo de escasa potencialidad, de apenas discreta técnica y con numerosas e importantes falencias. Fuera de su tierra sinceramente no los vemos como adversarios de riesgo para ningún equipo con pretensiones, menos si se trata de una escuadra con el fogueo y la experiencia internacional de Estudiantes. Hoy los pronósticos indican que Estudiantes debe ganar con suma facilidad”.

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Y el ‘milagro’ se dio, al parecer por intercesión divina, porque el gol de la victoria del equipo guayaquileño lo marcó un cura español que cambiaba los hábitos cada domingo por su equipo de futbolista y sus ‘botines benditos’. La reacción del público argentino, pasados los primeros momentos de estupefacción, fue de reprobación a su escuadra y de reconocimiento a los jugadores del Barcelona. En el mismo El Día, el columnista que firmaba con el seudónimo de Mercurio, dijo el 30 de abril de 1971: “He visto a adictos locales llorar de dolor, mientras la muchachada amarilla lo hacía de júbilo en varios sectores de la cancha (...) El mismo público platense, aunque amargado y balbuceando vocablos como: desastroso, increíble, pavoroso, parece cuento, etc., aplaudió al conjunto de entusiastas ecuatorianos. Lamentaba, desde luego, que la declinación que afecta al elenco albirrojo sea tan general. Hay hombres que han perdido la seguridad y otros la destreza y la noción del arco”.

Ese gran periodista uruguayo, afincado en Argentina, Diego Lucero, publicó el 2 de mayo de 1971, en Clarín de Buenos Aires, un enjundioso artículo titulado “Dios (y Basurco) con Barcelona”, que decía: “Estudiantes no sabe más que la que sabe. Es como el grillo: en su violín tiene una única cuerda. Y todo lo que le sobró de ganas de luchar y de vencer, le faltó de talento. Resultado: que en un arranque el curita travieso le ganó el partido. Y si no se atolondra, en vez de uno pudieron ser dos goles cuando, dueño de una pelota y teniendo un compañero colocado para marcar, prefirió jugar la individual y perderla”.

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La Copa Libertadores tiene muchos episodios notables, algunos de ellos abrillantados por la leyenda, como aquella victoria de Peñarol en 1966 ante River Plate, en la final jugada en Santiago, con dos goles de Alberto Spencer. O aquel gol de Diego Aguirre al cierre del tiempo suplementario, el 31 de octubre de 1987 en el estadio Nacional de Santiago de Chile, que consagró campeón de la Copa por quinta vez en su historia a Peñarol. Pero lo que pervive por más de medio siglo en todo el mundo es la hazaña de La Plata. Pese al largo tiempo transcurrido, importantes medios y prestigiosos periodistas siguen escribiendo sobre Barcelona, Basurko, Spencer, Bolaños y compañía (destacada aún en La Vanguardia, en 2014; El País, en 2018; y Mundo Deportivo, en 2021).

Barcelona no fue campeón de la Libertadores, pero mientras algunos pocos en el mundo recuerdan a los equipos que sí lograron el trofeo, la hazaña de La Plata y el gol del cura Basurko tienen el Premio Nobel de la Fama y la permanencia en la historia universal. (O)