Copa América de 1916, estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. La defensa chilena está apremiada, un atacante adversario impulsa el balón hacia el gol, la bola se eleva y, de pronto… lo nunca visto: de espaldas al centro del campo, un zaguero se arquea en el aire con las piernas hacia arriba y rechaza para atrás evitando el tanto. Es una reacción intrépida, pero aleja el peligro y se gana una ovación del público, que desconocía esa acrobacia. Muy útil, por cierto. Desde entonces ha sido un recurso ingenioso para salvar miles de goles. Y para convertirlos.