Hace pocos días tuve una larga charla con mi amigo Oswaldo Andrade, ingeniero comercial y hoy gestor cultural. Los dos nos graduamos como jueces de boxeo en los cursos que a finales de la década del 60, e inicios del 70, dio ese gran maestro y ejemplar ser humano que es Egberto Ramos Edwards. La conversación acabó como siempre que los más veteranos compartimos recuerdos: con tristeza por la muerte de los deportes que se practicaban en Guayaquil.

Hoy, en la Federación Deportiva del Guayas solo se habla de negocios y no hay un torneo de alguna rama deportiva en séniors. Los sepultureros del deporte de la provincia no están satisfechos con pintar los mausoleos en memoria de los deportes que asesinaron y enterraron. Tengo entendido que intentarán ir por el Comité Olímpico (¡atención Richard Carapaz, Neisi Dajomes, Angie Palacios, Lucía Yépez, Daniel Pintado, Glenda Morejón, y presidentes de federaciones ecuatorianas por deporte!, ¡segundo aviso!).

Roberto Lebed Sigall (i), con el trofeo que recibió Ecuador como campeón del Torneo Latinoamericano de Boxeo de Guayaquil 1969. Foto: Archivo

Con Oswaldo Andrade he rememorado la época que nos tocó vivir más de cerca: la de Roberto Lebed Sigall al mando de la entonces Asociación Ecuatoriana de Boxeo y del Comité de esta disciplina en Fedeguayas. No fue un renacimiento porque el boxeo guayaquileño siempre estuvo vigente como la primera fuerza del país, pero Lebed tuvo la virtud de internacionalizarlo en su fase amateur.

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Lebed tuvo a su lado a dirigentes como Byron López Castillo, prestigioso jurista con amplio conocimiento de las reglas internacionales; Vicente Ramón Roca Dañín (réferi graduado en mi promoción), y el siempre eficiente José Julio Moreno Lituma, contador y manejador de las finanzas, agregado el honor de haber sido un brillante púgil de las filas de Liga Deportiva Estudiantil (LDE) en los 50.

Le contaba a Oswaldo que el boxeo porteño se inició en las fiestas de los pueblos con “luchas y combates a puñetazos”, a finales del siglo XIX, y alcanzó popularidad en 1917 con la llegada de pugilistas extranjeros como Lizandro Salcedo (argentino) y Raoul Ansel (Estados Unidos), lo que hizo que se incorporaran a este deporte jóvenes guayaquileños entre los que estaban Augusto Dillon Valdez, José María Jiménez Gargollo, Vicente Santistevan, Marcos Plaza Sotomayor, César Chiriboga, Sixto Suárez Pareja, Carlos Carbo Gálvez, Carlos Reinberg y Carlos Chiriboga.

El gran de crecimiento del boxeo en Guayaquil, tanto amateur como profesional, ocurrió en los años 20 cuando brillaron, entre los rentados, Manolo Vizcaíno, Benicio Chinique, Kid Lombardo, Carlos Zavala, Luis Llaque, Tito Simon, Crisólogo Cox, Saturnino Guzmán y Kid Montana. Entre los púgiles aficionados destacaron Rafael Dillon Valdez, Guido Guerra y el fabuloso Carlos Sangster, ganador de un par de títulos en una misma noche de 1928, en dos categorías.

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Así informó EL UNIVERSO sobre la coronación de Ecuador en el Latinoamericano de boxeo de 1969. Foto: Archivo

No haré una historia del boxeo guayaquileño, pero para situarse en lo que pasa hoy, es imprescindible mencionar a varios de los grandes de todas las épocas: Eloy Carrillo Avilés y Ruffo López, campeones bolivarianos en Bogotá 1938; Carlos Guapala Paladines, Diógenes Fernández, César Salazar Navas, monarca latinoamericano en 1942; Luis Robles Plaza, Roberto Vera, Isaías Otoya y Publio Rodríguez, campeón latinoamericano en 1951.

Cuando en 1954 mi padre me llevó al coliseo Huancavilca mis ojos asombrados vieron en acción a un boxeador sobrenatural: José Rosero Abril, un mosca de pies alados y una velocidad de manos que hacía que sobre el rival cayera “una fábrica de guantes”, como dicen en Panamá. Se retiró invicto en más de 300 combates y por su clase tenía condiciones para campeón olímpico.

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En Guayaquil no faltaban espectáculos deportivos, de lunes a domingo. El Huancavilca se llenaba cuando combatían Gallo Giro Hungría, César Chivo González, Hugo Nieto, el milagreño Washington Barzola, de gran campaña en Colombia; Galo Velásquez, Miguel Herrera, Efraín Quinde, Napoleón y Raúl Gamboa y muchos otros boxeadores más.

Con Roberto Lebed surgió una “generación dorada” del boxeo porteño, lo que vale remarcar hoy que propagandistas ignaros quieren pegar esa etiqueta a quienes no han ganado nada. Él movió todos los mecanismos en los clubes y Guayaquil se convirtió en una usina productora de grandes valores. Los gimnasios se llenaban de muchachos animados por el sueño de convertirse en estrellas de fistiana.

Póster de la selección de boxeo de Ecuador, campeona del Latinoamericano de 1969 (Roberto Lebed, abajo a la derecha). Foto: Cortesía

Barcelona tenía su ring en la calle Maldonado, con Guillermo Figurita Villagómez; Emelec se movía en la esquina de San Martín y Pío Montúfar, con José Rosero; en la tradicional Academia Ecuador laboraba Manolo Vizcaíno; el River Oeste en su sede, con Enrique Che Palma; LDE en su local de la avenida Arosemena, bajo las órdenes de César Salazar; y en gimnasio federativo de Capitán Nájera trabajaba intensamente Eduardo Molina con los peleadores de Luq San.

La internacionalización oficial de la nueva era del boxeo de Guayaquil empezó con la participación de Rafael Anchundia y Samuel Valencia en los Juegos Olímpicos de México 1968. Anchundia –el mejor boxeador amateur que vi, junto a José Rosero– peleando en la categoría pluma fue netamente superior al soviético Valery Sokolov, a quien mandó a la lona dos veces. El árbitro levantó la diestra de Anchundia en señal de victoria, pero luego que los jueces consultaran unas novísimas computadoras, le dieron el triunfo a Sokolov, quien luego fue campeón olímpico.

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El despojo no desanimó a Lebed y su equipo. La Confederación Latinoamericana de Boxeo le dio a Guayaquil la sede del torneo que debía realizarse en octubre de 1969. Se contrató para la preparación de los boxeadores a un veterano astuto en su trabajo: Manuel Rafael Papi Torres, panameño, quien había trabajado con profesionales de la talla de Ismael Laguna, Enrique Pinder y Ernesto Ñato Marcel, campeones mundiales en profesionales. Torres hizo una gran mancuerna con Figurita Villagómez y pronto nuestros representantes estuvieron listos para enfrentar a los mejores contrincantes de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Venezuela y Panamá.

Imposible olvidar esas noches de lleno hasta las banderas en el coliseo Voltaire Paladines Polo. La mayoría de la selección estaba integrada por guayaquileños o formados aquí: Roberto Zhuma Álava (mosca ligero), Gonzalo Cruz (mosca), Gastón León (gallo), Rafael Anchundia (pluma), Samuel Valencia (wélter), Esteban Crawford (mediano ligero), Max Andrade (mediano) y Abraham Mina Klínger (medio pesado), más los pugilistas capitalinos Enrique Guanín y Jorge Oso Tapia. De los combates que no he podido borrar de la memoria están el de Samuel Valencia contra el brasileño Expedito Alencar y el de Rafael Anchundia versus el argentino Juan Vedia. Fueron bellas expresiones del arte de boxear.

Zhuma, Cruz, León, Anchundia y Valencia fueron campeones latinoamericanos, pero quien se convirtió en el favorito del público fue el capitán de la selección: Max Andrade. Su talla era la de un pluma, pero por su peso daba ventaja al pelear en mediano. Volteó los fallos cuando parecía perdido ante rivales grandotes y fuertes y confirmó aquel apodo con que se lo conoció siempre: Macho.

La selección que armó Roberto Lebed Sigall fue campeona latinoamericana por equipos por el aporte guayaquileño. Eran tiempos de gran auge deportivo del que solo quedan recuerdos ante la impresionante, gigantesca y monumental nada que vivimos hoy. (O)

Max Andrade (i), apodado ‘Macho’, la figura más popular de Ecuador en el Latinoamericano de 1969. Foto: Archivo