No veía a Abdón Echanique desde los tiempos previos a la pandemia. Él era parte de los cuatro amigos que solíamos viajar las tardes sabatinas del verano al parque de Flushing Meadow (Nueva York) a juntarnos con nuestra querida gallada de exdeportistas guayaquileños que encabezaba el célebre Galo Papa Chola Solís, uno de los forjadores de la idolatría de Barcelona Sporting Club.

Éramos, dije, un cuarteto: Abdón, Walter Cárdenas (gran volante que quedó en la historia torera desde aquella noche en que anuló al famoso delantero de Estudiantes de La Plata Juan Ramón la Bruja Verón para ser protagonista de La Hazaña de La Plata), Winston Andraca y este columnista. Todo es pasado porque Walter se marchó antes de tiempo y porque la pandemia y las ausencias, temporales o definitivas, terminaron de disolver ese maravilloso grupo.

Hoy quedamos pocos, ya no nos reunimos, pero aquellos dos árboles que nos cobijaban detrás de la cancha número 5 (la de Feliciano) parecen estar esperando que reaparezcan el bullicio, las bromas, los recuerdos, las carcajadas, las canciones de Jorge Guerra (+), Lucho Muñoz o Jaime Cepeda, Lucho Barrios (+) y los sabrosos bollos de pescado y los cebiches de Lucho Guerra (+).

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Una afortunada casualidad hizo que nos reencontráramos los tres sobrevivientes del cuarteto en casa del Loco Winston y su esposa, doña Yolanda, en North Bergen. Fue una larga charla de hace pocos días a puro fútbol, matizada de remembranzas. Recordamos los tiempos en que el balompié porteño era la primera fuerza del país. Tenía equipos sólidos como Barcelona, Emelec, Everest, Patria, 9 de Octubre, los tres últimos desaparecidos o vagando anónimamente en series inferiores que nadie sigue ni toma en cuenta.

“Estos equipos tenían una base de primera con jugadores guayaquileños que venían de juveniles, de los barrios, de las ligas de novatos, de los intercolegiales, de la reserva, de los campeonatos federativos, de los intercantonales. Hoy nada de eso existe; todo desapareció, entonces no hay que preguntarse por qué murió el fútbol nuestro. La razón está allí: murieron las fuentes productoras de valores, incluida la Federación Deportiva del Guayas”, nos dice Abdón con un dejo de desesperanza.

Y nuestro amigo, que fue figura en Barcelona y en otros clubes del país, sabe lo que afirma. Porque nació de una familia muy deportiva como era muy común en el Guayaquil de antaño. Su padre, Enrique Echanique, fue estrella en el béisbol y en el fútbol. En la gran época del Reed Park formó parte del supercampeón Reed Club, que basaba sus victorias en su batería que formaban Héctor Ballesteros y Marcos Avilés, mientras brillaba a gran altura el mejor infield de la historia de la pelota chica: Vicente Maldonado en la primera base, José Banchón en segunda, Enrique Echanique en tercera y Manuel León en las paradas cortas.

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Pero el gran beisbolista también era arquero y jugó en el Reed Club junto con Jorge Mocho Rodríguez –pasó luego a Barcelona–, Luis Patón Alvarado, los milagreños Manuel Andrade y Segundo Viteri, Orlando Zambrano, Héctor Macías, Pedro Mata Piña, Gerardo Veintimilla, Marcial Astudillo, Elías Tumbaco y Carlos Rivas. Su tío, el famoso Tigre Echanique, fue un muy destacado fuerabordista, otro deporte difunto.

Abdón tenía una gran talla en su adolescencia y se lo llevaron a jugar básquet en el viejo coliseo Huancavilca, al que un día derrumbaron para construir un edificio de propiedad de la Fedeguayas que hoy presenta un deprimente abandono, lo cual no es una novedad. Lo fichó Barcelona a temprana edad, pero le gustaba el fútbol. En su barrio existía un equipo que había sido fundado por la familia Consuegra, el Torino. Lo entusiasmaron para que jugara de back centro en la Liga Juan Díaz Salem.

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Allí lo vieron el maestro Ramón Unamuno y Felipe Vera y lo tentaron para pasar al club canario. “Yo estoy federado por Barcelona”, les contestó Abdón. No se diga más, lo incorporaron a la oncena torera que militaba en Fedeguayas y jugó en la selección de Guayaquil en el Intercantonal. Empezó en el segundo equipo y a los 18 años lo subieron a primera. En 1960, Barcelona dejó de actuar en la federación y los futbolistas de ese equipo se integraron a la reserva del torneo de Asoguayas,

Estando Abdón en el servicio militar, en 1962, el técnico paraguayo José María Mariscal Ocampo, quien había formado el equipo Mariscal Sucre (antecedente de El Nacional), lo quiso llevar a sus filas, pero Echanique le dijo que su pase era de Barcelona. En el Ídolo del Astillero formó como cuarto back con Vicente Lecaro, Luciano Macías, Alfonso Quijano, el brasileño Jair, Miguel Bustamante, y estuvo en la preselección nacional para la eliminatoria de 1965.

Abdón Echanique, exdefensa de Barcelona Sporting Club. Foto: Archivo

Como curiosidad, Echanique nos cuenta que en esos años 60 él jugaba el certamen nacional por Barcelona, pero para los campeonatos locales lo contrataban en Quito y nadie hablaba de pase. “Jugué varias temporadas en Aucas y fui el mejor, a tal punto que AFNA me otorgó el premio Gem Rivadeneira al mejor futbolista del torneo en 1965, por sobre Patricio Echeverría, del América, y Enrique Portilla, de Liga de Quito”.

Abdón regresaba siempre a Barcelona, el equipo de sus amores. Con el inolvidable Vicente Lecaro, el mejor zaguero central de la historia de nuestro fútbol, formó una muralla en dos de los duelos internacionales que más recuerda: ante Dynamo de Moscú y la selección de Checoeslovaquia.

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Nuestro personaje añora los viejos tiempos del fútbol guayaquileño: “Por sobre todo, nos gustaba jugar y por supuesto ganar. Para mí, ponerme la camiseta de Barcelona fue la mayor emoción de mi vida. Temblaba en el camerino al darme cuenta de que iba a saltar al césped al lado de grandes compañeros como Pablo Ansaldo, Helinho, Lecaro, Quijano, el capitán Macías, Félix Lasso, Wacho Muñoz, Gerardo Reinoso, Víctor Peláez, nuestro querido amigo Walter Cárdenas. Sentíamos en el alma el compromiso de entregar hasta la última gota de sudor, de entrega, de esfuerzo por ganar”.

Agrega: “Sentíamos vergüenza si perdíamos. Cuando debuté con Barcelona como titular recordé todo lo que había soñado desde que el profesor Gradym me citó al primer entrenamiento. Yo no ganaba aún ni un centavo; nadie me pagó una prima ni sabía qué mismo era eso. Tenía que pedir unos centavos a mi papá para pagar el bus y una vez tuve que irme al entrenamiento a pie desde mi casa en García Moreno y Letamendi hasta el Reed Park. Así vivíamos nosotros la pasión de jugar al fútbol”.

Sigue Abdón Echanique: “Todo eso murió en la actualidad. Hoy los jugadores ganan mucho dinero, pero son pocos los que sienten una identidad moral con la divisa que les paga. Tampoco el periodismo les exige mucho. Oigo hoy muy poco los programas. A veces prendo la radio y lo que escucho son discusiones, insultos, lenguaje de burdel. Apago enseguida porque soy de otra época, cuando después del partido íbamos a escuchar a Ricardo Chacón, Arístides Castro, Miguel Roque Salcedo, Guillermo Valencia. Mauro Velásquez, todos muy entendidos y educados. Los tiempos han cambiado, pero para mal”. (O)