Diciembre: mes de evocación de viejos recuerdos familiares, barriales, o del viejo deporte guayaquileño que supimos vivir intensamente desde la niñez, ya sea jugando pelota callejera o en las terrosas canchas de La Atarazana, o aplaudiendo a los grandes equipos y los célebres deportistas de ese entonces cada vez más lejano.

A veces nos traiciona la memoria, atiborrada de tantas evocaciones, pero pronto se diluyen los nubarrones y surge la exclamación tanguera: ¡Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos…!

Un día me visitó mi añorado amigo/hermano Pedrito Mata Piña, compañero de tantas jornadas deportivas y de bohemia sana matizada con boleros de la vieja guardia. Papá Noel moderno, sin trineo, llegó, como siempre, con un bolso de viejas fotografías y recortes futboleros. Fue un diciembre de hace 30 años. “Te traigo un tesoro” –me dijo– y extrajo una antigua foto del Barcelona de la idolatría, en blanco y negro, donde están cinco grandes de verdad. De oro puro, no de latón como los de hoy. En la foto –que ilustra esta columna– están José Negro Jiménez, José Pelusa Vargas, Jorge Mocho Rodríguez, Sigifredo Cholo Chuchuca y Enrique Pajarito Cantos. Solo falta un milagreño genial: Guido Andrade.

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Ellos integraron aquella delantera famosa que la prensa bautizó como ‘El Quinteto de Oro’. Ellos fabricaron la popularidad gigantesca de Barcelona y lo llevaron al sitio de donde nadie podrá desalojarlo.

Jiménez hizo goles importantes, desbarató defensas con su velocidad increíble y sirvió banquetes para los demás artilleros. Ganó clásicos del Astillero él solo. Sus compañeros, sin quererlo, capitalizaron la fama. Cuando se habla de la era gloriosa que partió en 1947 se menciona siempre al Pájaro Cantos, al Cholo Chuchuca, a Pelusa Vargas y a Guido Andrade, como si en aquellos tiempos se hubiera jugado sin puntero derecho. Él estaba allí, en el ala derecha. Haciendo tanto como sus compañeros.

El Barcelona de 1950. Arriba: Heráclides Marín (i), Guido Andrade, Galo Solís, Sigifredo Chuchuca, Jorge Rodríguez, Manuel Valle, Carlos Sánchez, Juan Benítez, José Jiménez y Luis Ordóñez. Abajo: Jorge Delgado, kinesiólogo Felipe Vera, Enrique Cantos, Fausto Montalván, Gregorio Esperón, José Vargas, Jorge Cantos y Jorge Muñoz Medina.

La prensa glorificó a ellos y olvidó a este hombre sencillo nacido en la Boca del Pozo que fue artífice de muchos de los triunfos del Ídolo. Este domingo que reverdece en mí el recuerdo de los clásicos que se jugaron en el viejo Capwell, esta columna rinde homenaje a uno de los mayores cracks que vistieron la casaca oro y grana: José Jiménez Viejó.

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“Boca del Pozo” se llamaba el equipito que jugaba por todos los barrios. De allí se llevaron a Jiménez al “Brasil” de los alrededores del hospital Luis Vernaza. Ese fue el gran rival de los famosos Cardenales del parque de la Madre y del Atlético Colón, de San Vicente, en las mañanas y tardes del fútbol novato que organizaba el pionero de las Ligas, don Julio C. Cueva Valarezo. Ya era Jiménez un deportista completo. Había sido nadador en la piscina del Malecón junto a Alejandro Sángster, Eduardo Serrano, Gutberto Argüello, David Hilbron y toda la gente de Las Peñas.

Había dado candela en el baloncesto escolar, clasificándose campeón con la selección de la Escuela Fiscal Antonio José de Sucre con un quinteto imbatible: José Jiménez, Fortunato Muñoz, Cacho Morejón, Segundo Arreaga y el gringo Brussa. Jugó después béisbol en el Vicente Rocafuerte, en el que fue además campeón de atletismo e intentó iniciarse en el boxeo. Un día lo vio la gente del club Uruguay que peleaba la permanencia en la Serie Intermedia del fútbol federativo y lo pusieron en el primer equipo. Jovencito aún, José Jiménez era mucho lote.

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El que fuera gran defensa del Barcelona, Lucho Jordán Luna, lo palabreó para llevarlo al equipo del Astillero. Lo federaron en 1940 y entregó toda su vida de deportista al Barcelona SC. Fueron trece años de gran popularidad. Heredó el apodo de Chivo de su tío, Teófilo Jiménez, gran half de los “Caciques” del Córdoba. Pero el mote no quedó en la historia. Lo bautizaron después como Popular, porque lo conocían como pelotero en todos los barrios. “Centro de Popular, cabezazo de Chuchuca y goooool”, narraba Ralph del Campo. Más tarde le pusieron otro apodo original. Jiménez se las daba de bolerista.

Le pagó mal Barcelona SC

Barcelona se fue de gira a Ambato y hubo la consiguiente farra después del partido. Jiménez tomó la guitarra y empezó a cantar el bolero de moda: Sin motivo. De allí le vino el sobrenombre. Para sus compañeros Jiménez fue Sin Motivo. José Jiménez vivió bellos momentos en el fútbol. Barcelona le pagó mal a uno de sus símbolos, como siempre ocurre.

Un día fue a buscarme al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) para que lo ayudara a jubilarse. Charlamos largo y a veces se advertía una lágrima. Lo delataba un temblor en la voz. “Discúlpeme, me siento emocionado. Todo fue demasiado lindo para mí. Quise a Barcelona como pocos. Emelec me llamó dos años seguidos. Don Agustín Febres-Cordero me pidió que jugara por Patria para reemplazar al Maestro Raymondi. Dantón Marriott me ofrecía de todo para ir al Panamá. Yo siempre fui fiel a mi Barcelona”.

Gracias, Jiménez

Yo miraba ese rostro de hombre de nuestro pueblo, admirable porque se formó solo y luchó siempre solo, y no pude menos que agradecerle todo lo que dio para la divisa más popular y para el fútbol guayaquileño. Como cuando el 22 de agosto de 1943 le marcó dos goles a Emelec en la primera edición del Clásico, aunque no se llamara así entonces. O cuando le anotó otro par espectacular a Libertad de Costa Rica el 6 de marzo de 1948. O también aquella vez en que junto con Enrique Cantos enloquecieron por la derecha a las estrellas del Millonarios (Néstor Rossi, Alfredo Di Stéfano, Adolfo Perdernada) para vencerlas 3-2 el 31 de agosto de 1949 en el estadio Capwell.

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Arriba: Jorge Cantos (i), Manuel Nivela, Fausto Montalván, Luis Ordóñez, Sigifredo Chuchuca. En medio: Enrique 'Pajarito Cantos' (i), José Jiménez Viejó, Guido Andrade, José 'Pelusa' Vargas, Carlos 'Pibe' Sánchez, Galo Solís. Abajo: Enrique Flores (i) y Enrique Romo.

O cuando en septiembre de ese mismo año ganaron en Barranquilla un cuadrangular para retornar invictos de Colombia. Y por qué no, las espectaculares victorias ante Alianza Lima, Sport Boys, Magallanes, Palestino, Litoral de Bolivia, Deportivo Cali y cuanto equipo grande pasó por Guayaquil.

En la historia de los clásicos del Astillero José Jiménez Viejó tiene un sitio legendario. Fue el primero que anotó un gol en aquel episódico cotejo del 22 de agosto de 1943 en el viejo Estadio Guayaquil. El 8 de noviembre de 1950 se jugó el último Clásico de la era amateur. El primer tiempo terminó 2-1 a favor de Emelec. A los 50 minutos surgió la figura gigantesca de Sin Motivo. Un balonazo suyo al ángulo puso el empate y a los 80 minutos le dio la victoria a Barcelona volteando el resultado.

El 8 de septiembre de 1951 se jugó el primer Clásico oficial de la era profesional. Guido Andrade marcó el primer gol a los 35 minutos y a los 47 aumentó la cuenta el implacable José Jiménez. Orlando Larraz descontó a los 70 pero otra vez Jiménez, como tantas veces en su vida de artillero y goleador, consiguió, a los 80 minutos, sellar la victoria “torera”.

Jugó de centro forward, puntero derecho o izquierdo y cuando lo necesitó su equipo, el 1 de abril de 1950, se puso al arco en reemplazo del Ñato Enrique Romo.

Fue un grande de todas las épocas. Tal vez un día Barcelona Sporting Club recuerde al Negro, Popular o Sin Motivo. A José Jiménez Viejó, quien fue un crack de verdad. (O)