Los jóvenes de hoy tal vez no conocen la historia. Hoy, que casi no se contratan orquestas o conjuntos musicales porque la mayoría de los bailes son amenizados por esos ruidosos manejadores de discos, o de pendrives, a los que se conoce como disc jockey, sin que nadie sepa desde cuándo y por qué se importó esa palabreja en inglés. Yo soy de la época del tocadiscos y la radiola en la que se ponían los llamados long play (LP), que tenían seis canciones por cada lado y nos servían para bailar hasta que se dañaba la aguja o se le terminaba la paciencia al dueño de casa.

Ecuador fue por un puntito a Venezuela

Cuando la fiesta era más seria —una quinceañera, por ejemplo— se contrataba un conjunto (las orquestas eran muy caras). No eran muchos —todos muy buenos—, pero en ocasiones había que improvisar. En Lorenzo de Garaicoa y Luque, en los bajos del colegio Liceo América, se situaban en la noche docenas de músicos en espera de una clientela que nunca fallaba. Siempre había un líder al que uno acudía y este empezaba a preguntar: “¿Cuántas trompetas quiere?”, “¿cuántos saxofones?”, y empezaba a llamar a sus colegas: “Necesito un pianista”, y uno de ellos alzaba la mano. “Ven tú”, ordenaba el improvisado director. “Quiero una trompeta y un saxo”, “Ven tú”. Y así, un baterista, un percusionista de tumba y gemelos, un contrabajista: “Ven tú” era la orden a cada uno de ellos. Todos a la camioneta y enfilaban al sitio de la farra. No sabían qué canciones iban a tocar, no había ensayo previo, cada uno la emprendía por su lado, pero el baile no paraba. Había cierto público exigente, pero la mayoría era muy complaciente y aplaudía al conjunto “Ven tú”, como si se tratara de la Sonora Matancera, de Cuba.

El Independiente Rivadavia y Ecuador

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra selección de fútbol, que avanza a tropezones en la ‘titánica’ marea de alcanzar al menos un sexto lugar entre diez participantes para lograr el cupo directo y no jugar el repechaje rumbo a la Copa del Mundo 2026? Les cuento: esta selección de Félix Sánchez Bas funciona de forma parecida al conjunto “Ven tú”. Todos los jugadores reciben un pago, pero no funcionan como un colectivo armónico; reina la improvisación; cada cual toca el instrumento (el balón) como puede o como le viene en gana; no hay un plan afinado ni partituras; y, a diferencia de los músicos, que le ponían ganas, aunque a veces se les escapara una nota, la Tricolor desafina siempre.

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Lo que juega Ecuador no es fútbol

Después del papelón —maquillado por el triunfo 1-0— ante el desfalleciente Chile, al que le quedan solo algunos nombres de la Generación Dorada, ya oxidados totalmente, se ha observado un fenómeno extraño en el periodismo deportivo nacional: se ha terminado la casi unánime conducta elogiosa respecto a la Selección.

Los críticos éramos muy pocos y representábamos “la antipatria”; nos exhibían como los enemigos del combinado nacional y nos sindicaban de desear que Ecuador no clasificara al Mundial de Qatar 2022. Hoy, los que adoptaban esa postura son críticos; coinciden con nosotros en que nuestra selección tiene un nivel técnico muy pobre, aunque persiste el palmoteo desmesurado hacia ‘figuras’ que siguen sin mostrar un aporte positivo al equipo. Ya no temen disgustar a la Federación Ecuatoriana de Fútbol, ellos, almibarados adoradores de los dirigentes, habitués de todos los convites e inventores de negocios truchos a nombre de empresas fantasmas que nunca cumplieron lo pactado (como por ejemplo un documento audiovisual de la participación en Brasil 2014).

¿Qué ha mostrado Ecuador en los seis partidos jugados hasta hoy en las eliminatorias? Todo se condensa en una sola palabra: nada. La nada más estrepitosa. Los autodenominados “pragmáticos”, muy ligados a la FEF por diversos compromisos, alegarán que Ecuador está quinto, pese al descuento de 3 puntos por el episodio Byron Castillo. Esto en el primer tercio del torneo clasificatorio, pero ¿hay alguna razón para entusiasmarse y lanzar bengalas volviendo la mirada hacia el futuro? Ninguna razón ni pretexto para contentar a los dirigentes, al técnico o a los jugadores. Tampoco para engañar al aficionado con el discurso del prosopopéyico y ampuloso Bertoldo que pretende ganar, en las transmisiones, un concurso de oratoria cada vez que un jugador nacional logra parar el balón con dificultad o hacer un pase hacia atrás.

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La selección nacional no tiene una idea de juego. Cada quien hace lo que le dicta su voluntad. No hay dirección fuera ni dentro del campo; solo una tendencia: agruparse en el área propia o cerca de ella para frenar los intentos ofensivos del rival. Ni siquiera se pretende recuperar el esférico, sino rechazarlo con la esperanza de que el solitario delantero pesque dormida a la defensa adversaria. Esa es la orden que recibe Enner Valencia, de cuyas virtudes y defectos conocemos todos. A Kevin Rodríguez no es necesario decirle nada porque solo sabe correr, luchar y disparar a las nubes para ver si hace llover.

¿Ha visto alguien algún pase filtrado que ponga al único delantero en situación de gol? ¿Nos ha deleitado algún futbolista con una gambeta, que es la única fórmula para romper los esquemas defensivos contrarios? En el sector medio hay solo un amontonamiento de jugadores para tratar de crear una barrera impasable, todos rústicos, leñadores que únicamente saben pegar o tirar el balón a las graderías.

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Los que se supone poseen alguna virtud creativa muy escondida, tales son los casos de Kendry Páez o Júnior Sornoza, se empeñan cada minuto en hacer quedar como mentirosos a los que los alaban. El juvenil Páez tiene cierta habilidad, pero no impresiona a los que hemos visto mucho fútbol. Mucho más eran a esa edad Clímaco Cañarte, Jorge Bolaños, Juan Madruñero, Miguel Ángel Coronel o Álex Aguinaga. Sornoza, tan reclamado por la prensa y los aficionados, parece haber perdido lo que fue su mejor condición: la elaboración de juego. Nos quedan solo los arqueros, que han respondido a la confianza del público, y una defensa muy segura por el centro, pero floja por las bandas.

Frente a Chile se produjo la reacción del público contra el rendimiento de la Selección. Dos razones impulsaron las pifias: la falta de juego contra un rival débil que terminó arrinconándonos y la postura ultradefensiva de nuestra escuadra. El grito “¡Fuera, Sánchez Bas!” no fue gratuito y pronto podría extenderse a ciertos jugadores hasta hoy favorecidos por un periodismo adulón que exalta su precio en el mercado y los protege eligiéndolos la figura del partido después de una actuación mediocre. ¿Un ejemplo? Ante Chile, el siempre postergado y excelente jugador Ángel Mena hizo el gol que nos dio una victoria que, en general, no merecimos, pero la ‘figura’ fue Kevin Rodríguez, que mató tres gallinazos con sus remates al pie del gol y sacó la pelota del estadio.

Con técnicos adictos al fracaso (una especialidad de los dirigentes de Ecuafútbol para contratar), tipo Gustavo Alfaro o Félix Sánchez Bas, ya tú sabes hacia dónde vas: con suerte al aeropuerto local, con boleto de regreso luego de tres partidos en los que nos entregaremos con inocencia, como nos pasó ante Senegal. Esta selección, a menos que ocurra un milagro, no nos dejará nada agradable para recordar. “El fútbol que vale es el que queda en la memoria”, sentenció el Negro Roberto Fontanarrosa. (O)