Desde que empecé a ver fútbol sentí admiración por aquellos equipos que unían a su calidad técnica una dosis de coraje y audacia para superar circunstancias difíciles y voltear resultados desfavorables. Oncenas capaces de derribar pronósticos negativos y estadísticas adversas. Pocas veces la técnica y el funcionamiento estilizado son suficientes para llegar a la victoria o alcanzar una corona. Los aderezos complementarios son la valentía, el arrojo, la intrepidez que dan el sabor triunfal a un equipo y lo hacen grande e inolvidable.

En las Copas del Mundo predomina la cautela. Los equipos no arriesgan mucho en las fases preliminares, pues prefieren la prudencia para poder llegar enteros a las fases decisivas. Y aun en estas especulan, como ocurrió en 1994 entre Brasil e Italia, o entre Alemania y Argentina en 1990. Brasil fue campeón del Mundial celebrado en Estados Unidos. El técnico de la auriverde prefirió llegar a los penales, una fórmula discutida desde que la FIFA decidió que fuera por esta vía que se decidiera la posesión del trofeo. Nadie recuerda hoy a ese equipo, al que César Luis Menotti calificó como “un campeón triste”.

Uruguay no recibió un solo vaticinio a su favor cuando enfrentó a Brasil en 1950. Los dueños de casa venían arrollando en la primera Copa del Mundo que se jugaba después de la Segunda Guerra Mundial. Uruguay llegaba a los tropezones. Lo que no presagiaban las estadísticas y los casi 220.000 espectadores era la presencia en la selección celeste de un hombre cuya entereza y valentía iba a decidir el partido: el Negro Jefe, Obdulio Varela. De él nació la leyenda del célebre Maracanazo.

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El viernes pasado el fútbol ecuatoriano vivió un partido que pasará a la historia. Nuestra selección iba a protagonizar un duelo desigual. Iba a enfrentar a Países Bajos, que figura en el octavo lugar en el ranking FIFA. Nuestro país ocupa el sitial 44. Su rival ha jugado tres finales de Copa del Mundo, mientras Ecuador solo ha alcanzado a llegar a octavos de final, en Alemania 2006. El balompié holandés ocupa lugares de lujo en todos los libros y enciclopedias de historia desde que revolucionó este deporte con la Naranja Mecánica, un estilo introducido en el Ajax y en la selección por el técnico Rinus Michel y la conducción en el terreno del inolvidable Johan Cruyff. Ecuador no exhibe ningún pergamino a ese nivel y solo luce un nombre de fama universal: el incomparable Alberto Spencer.

Países Bajos era el gran favorito antes del cotejo en todas las casas de apuestas. El promedio era $1,78 si ganaban los europeos. Una victoria nacional pagaba $5, y un empate $3,68. En nuestro medio, entre el periodismo y los aficionados, había precaución, pero no faltaba el optimismo hacia una actuación digna. La victoria ante Qatar elevó las esperanzas, reconociendo, eso sí, que el combinado anfitrión fue una presa fácil a la que Ecuador solo le hizo dos goles.

La Tricolor mostró nerviosismo en los primeros minutos jugando con una defensa de cinco hombres, tres volantes (dos de marca) y nominalmente dos hombres de punta. Pero Michael Estrada y Enner Valencia se mezclaban siempre con los mediocampistas. Los anaranjados manejaban bien el balón y parecían convencidos de su superioridad. Lucían sobrados ante un rival que se atrevía poco.

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Hasta que llegó el error de uno de nuestros mejores jugadores: Moisés Caicedo. Retraso débil del balón y la llegada de Cody Gapko para vencer a Hernán Galíndez cuando el cronómetro recién iba a llegar a los 5 minutos. Un sentimiento de desazón recorrió por todo el país. ¿Se habrían abierto las compuertas para una goleada?

Fue entonces cundo ocurrió un hecho memorable. El ‘nuevo’ Gustavo Alfaro, que parece haberse descolgado en Qatar del cartel de técnico defensivista y temeroso, rehizo su estilo y mandó a sus huestes a buscar la valla del gigante Andries Noppert (2,03 metros). Jackson Poroso empezó a desprenderse de la zaga para empujar a sus compañeros, pero la tarea más destacada fue la de los laterales Ángelo Preciado y Pervis Estupiñán, convertidos en delanteros para enloquecer a sus marcadores. Estrada laboraba en la distracción de los centrales y Enner Valencia se lucía desde la izquierda y el centro del ataque nacional.

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El gol tempranero no destruyó el ánimo de nuestra selección; al contrario, fue un revulsivo en el espíritu corajudo e intrépido de los jugadores. Su carácter valeroso los hizo olvidar del ranking, las apuestas y las condecoraciones del adversario. (No encuentro un gentilicio para Países Bajos desde que en 2020 se sustituyó el de Holanda. En Europa se los llama neerlandeses). Desde el minuto 24 hasta el fin del primer tiempo el partido lo manejó Ecuador. Hasta entonces los europeos mostraron un fútbol tibio, sin arrestos, como si sintieran superiores y seguros de la mínima ventaja lograda.

Ecuador era una tromba. Los creadores de juego Frenkie De Jong y el calvo Davy Klassen estaban bajo control, no lograban conectar con sus delanteros que lucían inefectivos por el buen desempeño de Félix Torres, Jackson Poroso y Piero Hincapié. Solo una ocasión, la del gol, llegó el cuadro de Louis van Gaal, mientras Enner, con una espectacular corrida y un cañonazo puso a temblar a Andries Noppert, quien debió estirarse a ras de piso para sacar el tiro rastreado de nuestro delantero.

Poco después un centro de Estupiñán provocó un cabezazo de Valencia que superó en medio metro en el salto a Virgil van Dijk, uno de los mejores defensas centrales de Europa con su 1,93 metros. Cuando se jugaban los adicionales un lanzamiento violento de Estupiñán venció al arquero rival, pero el árbitro anuló la conquista por fuera de juego de Poroso.

En el segundo tiempo se esperaba una reacción de Países Bajos, pero fue al revés. A los 49 minutos Estupiñán ingresó por la izquierda y fusiló a Noppert que alcanzó a manotear el esférico. Los defensores naranjas fueron sorprendidos por el ingreso de Enner Valencia, quien puso el empate.

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La etapa complementaria fue toda de Ecuador. Un remate de Gonzalo Plata se estrelló en el travesaño. El toque y la velocidad de nuestros jugadores paralizaron a sus rivales que desde el juego y el ánimo fueron inferiores. Fútbol, orgullo y dignidad fueron vitaminas para el alma de la selección, que realizó el mejor partido de la historia mundialista.

Enner está a punto de liderar un récord si vuelve a marcar con Senegal. Con 6 goles seguidos en una selección igualó al ruso Oleg Salenko (1994), el italiano Paolo Rossi (1982) y el portugués Eusebio (1966). Un premio para un artillero castigado por la crítica y en los memes antes del debut en Qatar. Queda, por el cierre del grupo A, el compromiso ante Senegal. Con un empate la selección pasará a octavos de final. Un coctel de juventud y experiencia que el viernes anterior nos hizo sentir orgullosos por su elevada cuota de moral deportiva. El mundo no sale de su asombro por Ecuador. (O)