Messi 35 (en tres meses), Ronaldo 37. Están grandes, pero ¿terminados…? Se lo está preguntando ahora mismo todo el universo fútbol. Los números y el juego de la actual temporada, ya muy avanzada, sugieren que, si no son ex, no están tan lejos de serlo. O al menos no habrá nuevos podios. Lo que sorprende es el abrupto declive de ambos tras una buena estación 2020-2021 del portugués y una excelente del argentino.

Jugando en Juventus, Cristiano ganó la Copa Italia, marcó 36 goles y dio 4 asistencias en todas las competiciones; y se proclamó capocannoniere de la Serie A. No fue demasiado contributivo para el conjunto turinés (eso se le criticó: “Ronaldo juega para Ronaldo”), pero sus estadísticas personales son impactantes. También compartió el liderato de goles en la Eurocopa con el checo Patrik Schick: 5 goles, aunque 3 de penal. Pero Portugal fue eliminado en octavos de final. Y tampoco le fue bien en la Eliminatoria: el equipo luso quedó en repechaje y en una zona muy complicada.

Messi, por su parte, anotó 38 goles y dio 12 asistencias para el Barcelona, además de ser el artífice casi solitario de las pocas alegrías de un Barça fulminado por sus propios directivos. Conquistó la Copa del Rey y, con Argentina, la Copa América, de la que resultó goleador (igualado con Luis Díaz), máximo asistidor y mejor jugador del torneo. Fue enorme figura de la Eliminatoria, clasificando al Mundial con la Albiceleste bastante anticipadamente. Y alzó su séptimo Balón de Oro. O sea, un curso espectacular. Además, lo que no reflejan las cifras y los títulos en Messi es su juego. Un artista de la pelota y un genio de todas las épocas. Porque jugar bien importa, ¿no…? Si no, ¿qué recordamos de Maradona, Zidane, Michael Laudrup, Roberto Baggio, Dennis Bergkamp, George Best, Ronaldinho y tantos malabaristas de la redonda…? ¿Sus números apenas…? Cientos de miles asistieron llorando al funeral de George Best, ¿fue por su buen registro de goles…?

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Pero siete meses después de iniciada la estación 2021-2022, ambos tienen un presente menos que gris. No les va bien en ningún campo, ni individual ni colectivo. Cristiano casi se fugó de Juventus -no tenía buen ambiente en Italia- porque su representante le había conseguido volver al Manchester United. Y lo hizo con platillos y trompetas, como el solista que daría el impulso definitivo a una orquesta careciente de un líder, quien llenaría de confianza al camerín. Salió todo mal. Ha sumado 15 goles y 4 asistencias. Siempre números interesantes, pero de juego casi nulo. El United ha perdido la Copa Inglesa y la Copa de la Liga, ya no puede ganar la liga -está a 26 puntos del City- y peligra seriamente su clasificación a la próxima Champions. Le queda una bala: la Liga de Campeones. Pero viendo el funcionamiento del equipo, suena utópico pensar en llegar muy alto. O sea, un año negro. Y, en lo personal, el nuevo técnico Ralf Rangnick no lo tiene entre sus favoritos; lo ha enviado varias veces al banco. Frente a City, que les dio una paliza, el entrenador alemán no podía contar con Cavani ni Greenwood, sin embargo tampoco convocó a CR7. Y era un clásico importantísimo.

Más que nunca, Cristiano se ha convertido en un finalizador. Casi no interviene en el circuito de juego. Físicamente se lo ve en línea, pero está endurecido de piernas, rígido. Si nunca fue un prodigio de habilidad, ahora menos. Se ha roto la barrera de respeto con él. Los exfutbolistas que hoy ofician de comentaristas empezaron a sacudirlo: “Es un jugador egoísta. Cristiano juega para Cristiano, y si no hace goles no va a estar feliz. Lo vimos en Juventus”, le pegó Paul Ince, exUnited. Digamos en defensa de CR7 que cayó en un equipo pésimo, que ya se tragó un DT (Ole Solskjær) y va por el segundo. No tiene juego, es superado por casi todos los rivales y en ese contexto fracasa no solo Ronaldo, todos, como acontece con Maguire, Pogba, Rashford, hasta Bruno Fernandes.

Cristiano Ronaldo, de vuelta en Old Trafford. Foto: ANDREW YATES

Lo de Messi ha sido más tortuoso. Feliz por ganar la Copa América, tomó un mes de vacaciones y volvió a Barcelona para firmar su renovación. Se encontró con el portazo del club: “No te podemos inscribir”. Se redujo el contrato a la mitad y, aún así, “me dijeron que no me podía quedar”, confesó. Un golpe tremendo del que, seguro, no ha podido recuperarse. Le apareció el PSG, pero se retrasó en todo. Ya iba la cuarta fecha del torneo francés. Debió viajar para disputar 8 partidos de Eliminatoria, recibió una entrada terrible en la rodilla de un zaguero venezolano que lo lesionó de manera inquietante, tuvo otra molestia muscular, las vacaciones de fin de año, contrajo Covid… Demasiados compromisos y contratiempos. Y entretanto, acoplarse a un medio nuevo y a un conjunto que lo que menos tiene es eso, juego de conjunto. Un fiasco colosal el Paris Saint Germain de Pochettino. Puros nombres. A Messi se lo ve como un cuerpo extraño en ese equipo, desganado, no parece él. Como pocos jugadores, Leo necesita un entorno armonioso para desplegar su magia. Y, además, se mueve muy lejos del área, como constructor del juego, lento, sin la explosión física que le hizo ganar siempre. Ni pisa el área. Este Messi es Clark Kent sin el traje azul abajo. Está para contribuir con buena circulación de balón, no para salvar. No es Messi. Muy lejos del de 2020-2021. Lleva apenas 7 goles y 10 asistencias, nada para un crack que, a esta altura del año, reunía normalmente 35 anotaciones.

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Lionel Messi, actual jugador de PSG. Foto: Kiko Huesca

“Messi eligió mal, no era el PSG”, dicen muchos. Ni bien ni mal, no eligió. El Barça lo empujó a la calle y el de París fue el único club que se interesó en él. Era eso o un año gratis en Newell’s. Y el PSG es un club autopresionado por éxitos europeos que no llegan. Ganarán la liga por menos malos, no es un mérito. Para Pochettino es imposible perder más de lo que ha perdido y jugar peor de lo que ha jugado. El Barcelona le quemó sus últimos seis años en Cataluña y este ha sido su ciclo más desdichado. Nadie sabe qué le pasa, qué siente, porque Messi es una tumba.

Ni Cristiano ni Leo han tenido la suerte de caer en un Liverpool, un City, un Bayern, clubes magníficamente gestionados y con técnicos como Klopp, Guardiola o Nagelsmann. ¿Están acabados…? Hay una lógica inflexible, la del almanaque. Si estuviesen en dos equipos confiables y decepcionaran, tal vez lo afirmaríamos. Pero aún creemos que tienen cosas para decir. No ya para ser mejores del mundo. En todo caso, les agradeceremos siempre los anteriores quince años, los de la más extraordinaria rivalidad deportiva entre dos deportistas contemporáneos. (O)