“Yo nací dos veces en mi vida: una el 28 de marzo de 1947 en el Callao, la otra el 31 de agosto del 69 en la Bombonera”. En la primera lo bautizaron Oswaldo Felipe Ramírez. En la segunda, el pueblo lo llamó simplemente Cachito, de una vez y para siempre. De cómo un suceso futbolístico puede cambiar la existencia de una persona, Cachito Ramírez es testigo y paradigma. Resaltaba por sus goles, tanto que el célebre entrenador brasileño Didí lo tuvo en cuenta desde su primera convocatoria en la selección peruana. Pero el titular era Alberto Gallardo, excelente puntero izquierdo de Sporting Cristal, más tarde transferido al Cagliari italiano. Cacho era el patito feo. Cuando entraba, la tribuna lo reprobaba. Los futbolistas peruanos de la época eran artistas del balón y al que no mostraba el mismo grado de tecnicismo el público lo silbaba. Sin embargo, aquella tarde histórica de 1969 fue toda suya.

Se estaba por consumar uno de los sucesos más resonantes de la historia de las eliminatorias. Argentina y Perú jugaban el partido decisivo de la clasificación para México 70 en el mítico estadio de Boca Juniors. Perú nunca había ido a un Mundial sino por invitación. A los incas les alcanzaba un empate; Argentina estaba obligada a ganar.

Un inoportuno desgarro de Gallardo obligó a Didí a reemplazarlo por Oswaldo Ramírez, joven puntero del Sport Boys en quien casi nadie confiaba. Tanto que el periodista Paco Landa, del diario Extra, publicó: “Perú jugará con diez ante Argentina, Didí decidió alinear a Ramírez”. Llegó la hora. Ante un estadio lleno y rugiente, se fue el primer tiempo en cero. Comenzó el nerviosismo argentino. En eso parte un pase largo hacia la izquierda, pica el zurdo del Callao y clava un puñal en el arco albiceleste: 1-0 Perú. Tras mucho machacar, empata el local con un penal de Albrecht, pero es una aspirina que no surte efecto. Dos minutos después, otra vez un pase al claro, pique de Cachito y otro puñal a la red argentina. Cuando agoniza el partido, gol albiceleste: 2-2.

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Dos escapadas furibundas del punterito del Boys y dos tiros cruzados que congelaron la Bombonera. Silencio de muerte. Cacho logró un milagro: enmudeció a un país e hizo estallar a otro. Argentina era eliminada de un Mundial por única vez en su historia. En Perú, millones salían atropelladamente a las calles, presas de una emoción indescriptible. Fue un 31 de agosto. Y se cumplieron 55 años del suceso.

—Fue una época maravillosa del fútbol peruano. Cuando iba a empezar una eliminatoria, el técnico convocaba a 45 jugadores. Todos buenos. Y la prensa se quejaba de que habían dejado afuera a 4 o 5 que andaban bien. Hoy no se juntan diez —nos contaba Cacho.

¿Cómo fue lo de la Bombonera, Cacho?

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¡Ufff!... Yo era suplente. Y no sabía si iba a jugar, porque Gallardo se lesionó contra Bolivia en Lima y entró Zegarra por él. Pero con Gallardo, el titular en la punta izquierda, en lugar de competir o tener algún entripado éramos muy buenos compañeros. Cada vez que por los altavoces daban el equipo, la gente ovacionaba a todos. “Chumpitaz: ¡Bieeeeennnn...!, Perico León: ¡Bieeeeennnn...!, Cubillas: ¡Bieeeeennnn...!”. Cuando llegaba a Gallardo o a mí: “¡Uuuuuuhhhh!...”. Abucheos, silbidos. Le digo: “Alberto, vamos a cambiar esto. Cuando tú juegues, yo voy a anotar todo lo que haces bien y lo que haces mal; cuando juegue yo, tu márcame lo que debo mejorar”. Lo conversábamos y nos ayudábamos. Al llegar el partido con Argentina, Alberto se lesiona y es él quien le dice al técnico: “Hágame caso, úselo a Cacho que ha mejorado mucho”. Y antes de viajar a Buenos Aires viene Waldir y me anuncia: “Cacho, el domingo vas a jugar tú”. En el último entrenamiento antes del juego, que lo hicimos ahí mismo en la Bombonera, le metí dos goles igualitos a Dimas Zegarra.

Andabas afilado...

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Fíjate que ese domingo a la mañana estábamos concentrados en La Candela, el centro deportivo de Boca, y queríamos salir para ir a misa, pero Waldir se opuso. “De acá no sale nadie”. Quería evitar problemas. Tú sabes, los hinchas argentinos son distintos que en cualquier otra parte de América. Y trajeron un cura; cayó tan simpático que lo invitamos a comer, y luego se fue con nosotros a la cancha, en el bus. Se sentó a mi lado y me dice: “¿Vos sos el que va a debutar...? Mirá que te va a marcar Gallo...”. Le respondo: “Padre, me los he comido. Y con cresta”. Estaba confiado.

Es que Luis Gregorio Gallo era un lateral buenísimo, fuerte, firme en la marca.

Sí, pero mira, yo reconozco que tal vez no fui un exquisito del fútbol; sin embargo, tenía dos virtudes que para mí fueron primordiales: una velocidad tremenda y sabía definir.

Y con 22 años, volabas... ¿Qué les ordenó Didí?

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Antes de empezar nos llamó a los delanteros y nos indicó: “Cambien posiciones: Cacho, vas a la derecha, Baylón al centro y Perico (León) retrasado. Confundámoslos. Luego de diez minutos, cada uno a su lugar”. Y para el segundo tiempo dijo: “Tranquilos, estamos bien, ellos ya se están desesperando, y ahora se van a desesperar más”.

¿Cómo fue la reacción del público al final?

No, todo bien. Mira, al hincha argentino hay que aguantarlo antes y durante el partido, pero cuando termina ya no es más problema. Nosotros salíamos en el bus y nos dijeron: “Todos al piso que nos pueden romper los vidrios”. Nos tiramos al piso y no pasaba nada, empezamos a escuchar que nos aplaudían y nosotros, desde el suelo, levantábamos la mano para saludar por las ventanillas. Ya vimos que estaba todo tranquilo, nos sentamos y no hubo inconvenientes.

La hazaña fue un domingo. El martes, el periodista que vaticinó que poner a Cachito era jugar con diez, publicó y tituló “Perdona, Cachito”. Está en la historia. Oswaldo Ramírez ya había sido goleador absoluto del Perú en 1968. Y volvería a serlo luego. (O)