Daniela Creamer desde Cannes, especial para El Universo

Ni héroe ni monstruo. Ni épico ni empático. El Tommasso Buscetta que el afamado director italiano Marco Bellocchio ha reconstruido en El traidor, acogido con aplausos en competición en Cannes, es el protagonista de veinte años de historia en Italia, en la lucha interna de la mafia entre Giovanni Bontade y Toto Riina, y el proceso instituido por el célebre juez Giovanni Falcone contra Cosa Nostra, una especie de mirilla abierta sobre un mundo muy expuesto, pero bastante desconocido que el director reconstruye con la precisión de la crónica y la fuerza del cine.

Encarnado sobriamente por el actor Pierfrancesco Favino, de rara perfección, es el único no siciliano en un reparto ejemplar. Capaz de restituir, incluso en el porte, aquellos atributos campesinos que los vestidos elegantes no lograban esconder, Tommaso Buscetta, el arrepentido de mafia más famoso, no se convierte jamás en el hipotético héroe que pasa de los “malvados” a los “buenos”. No decía su edad, como hacen las divas; se teñía las canas; disfrutaba de sus relaciones íntimas entre langostas y champán y se enfurecía cuando algún policía en Brasil lo llamaba “Buschetta”.

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Bellocchio nos lo muestra adelante y atrás en el tiempo, entre Río de Janeiro, Palermo, Estados Unidos, entre difidencias y diferencias. Un trabajo potente y sinuoso que oscila entre El padrino y Scarface. El cineasta evita incluso formular hipótesis posibles de tormentos psicológicos o reflexiones moralistas.

En el guion le concede solo vivir un par de pesadillas con los ojos abiertos para concentrarse luego en su elección por la supervivencia. Buscetta no habla cuando es arrestado en Brasil (era el “boss de los dos mundos”), pero la justicia quiere saber sobre su participación en el tráfico de drogas. Habla, en cambio, cuando es extraditado a Italia porque sabe que solo así puede asegurarse su propia protección y la de su nueva familia. Escondía las amenazas detrás de sus modos gentiles, infundiendo aún más terror. Y el enfrentamiento con Totuccio Contorno en el Maxi-proceso de Palermo, en 1986, se transformó en un auténtico escenario de teatro a base de alusiones destinadas a los demás criminales. Muchos han escrito que, más allá de la importancia judiciaria, las revelaciones de Buscetta fueron determinantes para demoler la imagen de Cosa Nostra y revelar el engaño de la así llamada “mafia buena”.

Cabe decir que la edición 72ª del Festival de Cannes, que concluye esta noche con la entrega de las diversas palmas, ha sido una de las mejores de los últimos años en cuanto a calidad y variedad de propuestas artísticas. Sin embargo, es necesario hacer algunas reflexiones, como la polémica por la entrega de la Palma de Honor a un ícono del cine como lo es Alain Delon, que ha sido objetada por las ideas políticas de extrema derecha del actor francés y presuntas actitudes homofóbicas y sexistas. Asimismo, el arranque flojo que brindó el débil horror de zombis The Dead Don’t Die, de Jim Jarmush, salvado por algunos despuntes de ecologismo y antitrumpismo.

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El elemento más interesante sobre el que reflexionar es la acogida que han tenido los tres filmes más esperados: Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar; Érase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino, y The Hidden Life, de Terrence Malick; películas muy diversas, realizadas por autores idolatrados por sus respectivos fans y caracterizadas por un estilo inconfundible y extremamente opuesto. Por ejemplo, la mirada sobre la existencia: Almodóvar es ateo declarado; Tarantino utiliza la fe como instrumento pop; Malick posee una evidente inspiración religiosa.

Y no podemos dejar de mencionar las propuestas que inesperadamente han sorprendido: para bien, bellísimo, El retrato de la chica en llamas, de la francesa Celine Sciamma; para mal, Mektoub, My Love, del también francés Abdellatif Kechiche, quien ya ganó la codiciada Palma de Oro con su maravillosa La vida de Adelle. Se trata de una larga sucesión de planos de traseros femeninos, donde reina la vulgaridad y el tedio. Único sobresalto: un cunnilingus de 20 minutos casi en la recta final de esta absurda entrega. Los espectadores abandonaron la sala de la proyección en masa… Pero bueno, todo es posible en Cannes. Y, claro, la última palabra, la tendrá esta noche el jurado del Festival, presidido por el director mexicano Alejandro González Iñárritu. (I)