Camina con expresión seria, cargando entre sus manos y espalda una maleta y un bolso. Los lentes redondos y cafés, una bufanda gris, camiseta negra y jean se han convertido en el uniforme del guayaquileño Jorge Luis Pérez para trabajar con sus marionetas en los malecones Simón Bolívar y del Salado.

Las maletas las arrastra desde su casa en el centro hasta el sector del Cinema Malecón, que queda por el ingreso de la calle Loja. Allí deja los artículos que más adelante formarán parte del teatrino que arma para el show de sus tres muñecos.

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No pierde un instante. Apenas pisa el Malecón saca fundas, tubos y un pequeño cilindro que tiene boquillas de desarmadores. Estira una alfombra peluda roja que coloca sobre la maleta y luego empieza a embonar los tubos que formarán la parte de atrás del escenario.

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Una tela negra con lentejuelas la coloca sobre la estructura de plástico, el mismo material también lo pone en la parte frontal de la maleta que hace de tarima. Ubica micrófonos de plástico, un arpa y cortinas para completar el pequeño escenario, que no sobrepasa los 90 centímetros.

Jorge toma entre sus manos los muñecos para desenredar los hilos que les permiten moverse. Al menos una vez por semana saca a María, una marioneta que replica a una persona de raza negra y que baila salsa; también saca a Michael Jackson y Toribio, que imita a un músico venezolano.

Con María lleva trabajando más de 20 años, sin embargo ese no es el tiempo que está en el mundo de las marionetas. Fue a los ocho años -él ahora tiene 63- cuando luego de una presentación de los Huasos Chilenos (dúo conformado por Jaime Reinoso y Domingo Fuentes) en Guayaquil vio por primera vez cómo de una maleta sacaron una muñeca que se la ataron a los pies.

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A esa edad quedó fascinado y con la curiosidad de qué era lo que acababan de hacer los artistas.

Luego pasaron los años y en 1989, cuando vivía en Venezuela, elaboró su primer muñeco para trabajar. Así se mantuvo un par de años, fusionando el arte de las marionetas con un trabajo formal. Las presentaciones en la calle y participaciones en eventos le llegaron por añadidura a medida que mejoraba su técnica con los muñecos.

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Jorge no cursó estudios específicos para manejar las marionetas. A la calle la tomó como taller para adaptar lo que veía en artistas de otros países que también hacían arte urbano en el país vecino. De allí también tomó la inspiración para acuñar la bufanda que usa a diario.

De Venezuela, donde vivía con su esposa y dos hijos por más de 30 años, le tocó regresar a Ecuador hace ocho años por la situación política en ese país. Sin un trabajo estable, tomó un día a las muñecas que había elaborado y buscó puntos en el centro de Guayaquil para levantar su escenario itinerante.

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Un vecino del sector del Guasmo, adonde llegó a vivir luego de regresar de Venezuela, le prestó $ 110 que invirtió en los trajes de las marionetas, un parlante inalámbrico y los implementos para el teatrino.

En la calle, el trabajo fue duro. Jorge sorteó en los primeros años en Guayaquil los controles municipales en las calles de la Bahía, en la plaza San Francisco y en otros puntos del centro. Sin embargo, no desmayó pues era la mayor parte del sustento de su casa, ya que su esposa no conseguía un trabajo estable.

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En días buenos podía llegar a los $ 50; otros, en cambio, conseguía $ 15 o menos de eso por una permanencia de cuatro a seis horas en la calle. Cada día era una oportunidad, pues le tocaba analizar en qué sitio abría su teatrino sin el temor de ser echado. Su hija mayor lo solía acompañar cuando recorría la ciudad.

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Por ahora, los hilos de sus muñecas los sigue moviendo desde diferentes espacios en los malecones en donde tiene permisos. Sus manos aún son hábiles y tiene la fuerza para mover la grande maleta en donde lleva los implementos para armar su escenario.

La sonrisa de los niños, jóvenes y adultos que se quedan perplejos al ver su performance también lo motivan a seguir.

A su arte lo considera sanador y que se puede continuar construyendo en nuevos espacios dentro de la ciudad como las plazas e incluso Guayarte. Jorge repite a diario que su habilidad no debe quedar en el olvido, sino expandirse a la sociedad para rescatarla. (I)