La trayectoria docente de Margarita Martínez transcurrió entre los números y la imaginación. Desde su escritorio, por más de 40 años, concibió la manera de enganchar y motivar a los estudiantes para que sean curiosos y siempre tengan inquietud por aprender.

Empezó en la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) en 1978 como ayudante académica y fue docente hasta el semestre pasado cuando decidió retirarse para afrontar una nueva etapa en su círculo familiar.

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Margarita es de Guayaquil y creció en el centro de la ciudad, junto a sus padres y otros tres hermanos. Se educó en el colegio Alemán Humboldt y se formó en la Espol como ingeniera eléctrica.

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Se casó a los 20 años y se mudó a Quito. En la capital estudió dos años de matemáticas. A su regreso a Guayaquil culminó sus estudios en ingeniería eléctrica y más adelante cursó maestrías en sistemas de información y administración de empresas.

Desde sus inicios tuvo como reto hacerse espacio en un mundo con un presencia mayoritariamente masculina. Sin embargo, eso nunca fue una limitante ya que en el camino encontró a personas que valoraban su conocimiento y empuje.

De hecho, fue la primera de las ayudantes académicas mujeres que hubo en la historia de la universidad.

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Aunque su oportunidad para dejar la mochila de estudiante y tomar el maletín de maestra llegó en sus 20, en los primeros años de universidad, ella dice que el ‘clic’ con la enseñanza la tuvo a los 13 años.

Su sobrino fue el primer estudiante que tuvo, a él le enseñó a diferenciar letras y posteriormente a leer. Este niño sería el primero de más de 8.000 estudiantes que calcula ha formado a lo largo de su vida.

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La curiosidad, el espíritu crítico y el no aceptar las cosas a la primera sin ver pruebas fue lo que la motivó, años más tarde, a explorar el mundo de la enseñanza superior. Dentro de la carrera de ingeniería tuvo maestros a los cuales quería imitar y también vio dentro de la universidad su espacio para dejar su marca.

Martínez fue quien lideró la creación del Parque de la Ciencia en la Espol. Foto: Ronald Cedeño

En la Espol se convirtió en una docente destacada y estricta, ella incluso reconoce que sus estudiantes la tildaban de “machetera” por su forma de calificar. Siempre estuvo cerca de los estudiantes de los primeros niveles, pues era allí en donde buscaba despertar el ánimo por explorar y aprender más allá de los libros.

”Yo tuve la oportunidad de dar cursos desde el pre y en los primeros años. Venían muchachos que eran muy buenos en sus colegios, pero les faltaba esa curiosidad, ese espíritu crítico. Habían aprendido a simplemente a hacer fórmulas, pero ellos necesitaban saber más allá de eso”, cuenta Martínez.

Durante sus años de docencia dio matemáticas, álgebra, cálculo y estadística. Dentro de la Espol, Margarita fue la mente detrás del Parque de la Ciencia Ajá, que es un centro interactivo que busca luchar contra el esquema de que las matemáticas y las ciencias son difíciles o aburridas.

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Mi reto fue convencer a los estudiantes de que el acto de aprender es para toda la vida. No es que termina cuando uno se gradúa en la universidad, uno tiene que seguir aprendiendo”.

Margarita Martínez, docente politécnica.

”Quería que los estudiantes, los niños, los jóvenes desarrollaran su capacidad de pensar, de plantear, de resolver problemas. Yo entiendo la matemática no como números, como la mayoría de las personas piensan. Yo entiendo la matemática como el arte de la explicación. Si uno no entiende por qué, realmente no está haciendo matemáticas”, afirma.

En el 2006 fue parte del desarrollo, por primera vez, del semillero de futuros científicos. En la universidad fue directora también de la oficina de admisión, presidenta del Comité de Ética, entre otros cargos.

Un sello característico de su forma de enseñar y que lo recuerda de forma anecdótica es que al momento de impartir clases dibujaba una calavera con dos huesitos.

Con esta idea no buscaba asustar o amenazar, más bien lo tomaba para hacer caer en cuenta a los estudiantes de los errores frecuentes en las materias que impartía. ”Yo dibujaba una calavera en la pizarra y yo decía: aquí hay un peligro académico, aquí generalmente se equivocan”.

Por ello, si en los exámenes se equivocaban, la calavera estaba asegurada.

Además, la docente dice que en las cuatro décadas de su trabajo se centró en que los primeros minutos sean de enganche para los estudiantes y así mantenerlos atentos durante toda la clase.

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Para Margarita, un profesor no puede dar lo que no tiene. Por ello, toda su vida ha mantenido el lema de que una persona debe ser apasionada por el aprendizaje para poder contagiar eso a los demás.

”Mi reto fue convencer a los estudiantes de que el acto de aprender es para toda la vida. No es que termina cuando uno se gradúa en la universidad, uno tiene que seguir aprendiendo. Lo que debe de hacer una buena universidad es darles las herramientas, darles las alas para que después ellos puedan volar solos”, dice.

En su nuevo reto personal, en una nueva ciudad (Caluma), espera no dejar de enseñar.

”Ahora voy a ser enfermera, pero creo que nunca voy a dejar de enseñar. Una de las mejores justificaciones para que uno viva es que uno sirva de algo, entonces mi camino es un camino de ser útil, de servir”, manifiesta.

La docente cierra su etapa en la Espol y como despedida asegura que su alma mater siempre fue como una casa, como una cuna. “Yo espero haber podido aportar en algo para que la Espol sea más grande”. (I)