Cuando uno se detiene a observar el mundo en que vivimos hoy, la cultura en que estamos sumergidos o la sociedad en que están creciendo nuestros hijos, no sabemos si reír o lamentarnos. Por un lado tenemos relaciones más cálidas, en las que los miembros expresan su afecto en forma más generosa y sincera; pero por el otro tenemos más familias en las que reina la hostilidad y la agresividad, no solo de los padres hacia sus hijos, sino de ellos hacia sus padres.