El teatro es fabuloso porque es la unión entre la libertad y la comunión de personas: es en esencia libertario y comunitario. Aunque el apagón cultural aún sigue abrazando con su sombra el temple que caracterizaba a los actores y productores de teatro, hay quienes con espíritu honesto y conscientes de lo que la libertad (financiera, estética, estilística) significa apuestan no solo para seguir insistiendo en que el arte es una profesión que debe ser remunerada, sino para que el arte, las artes escénicas, en cualquiera de sus modalidades… siga existiendo.

Ese templado es Andrés Crespo, poniendo el pecho a la bala y siendo él mismo, con una estructura de monólogo expresado en su unipersonal, coescrito y producido por David Llanos. Nunca fuimos felices es el performance que el actor naturalista nos trae de la mano del Teatro Sánchez Aguilar, show que estará hasta el 27 de febrero en las tablas del teatro guayaquileño, viernes y sábados a las 20:00 horas. Pero nadie más guayaco, o guayaquileño, que Andrés Crespo. Urdesino de cepa, pero "cholo" de corazón.

Nunca fuimos felices parece la continuación del monólogo anterior de Crespo: Nada es demasiado, que se presentaba en Guayaquil en el 2017. Esta vez el actor juega con la ironía, la "lámpara" y el "vacile" que implicaba el retorno a la ciudad, luego de haber vivido en Quito un tiempo… Para él es un “renacer”.

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Andrés Crespo es Andrés Crespo al estilo de Peter Brook: “El teatro es necesario para observar la vida”. Crespo parecería que está conversando, y simplemente oírlo hablar ya causa la identificación típica guayaca, con la salvedad de que lo que sale del actor es energía positiva. Bien podemos ubicar la presentación de Andrés como un simple stand up, pero mejor dejémoslo en el lugar del soliloquio de un actor naturalista apasionado.

Reunidos en la sala agarramos el sentido de pertenencia que la obra emana, literalmente, nos podemos reír de lo que hay aquí y de lo que somos. Es la importancia del teatro, que todos deben tener presente: el teatro reúne, cura y alimenta la cohesión social. No imaginemos jamás una civilización sin el teatro, porque no sería civilización.

El monólogo trata de la experiencia personal del actor al retornar a Guayaquil. La aparición de la pandemia se interpuso en sus deseos de reconocer, recorrer y rodearse de su gente. Lo interesante es que su experiencia se acopla a la nuestra, pero él lo expresa con la gracia que lo caracteriza.

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En todo caso, no es una presentación para todos los gustos. El estilo de Crespo es bastante peculiar, pero si usted desea adentrarse en el corazón de un guayaco, ese es el show que debe ir a visitar.

Gracias a personas como Andrés Crespo y a todos quienes confiaron en su show es que se puede pensar que la nueva normalidad sí es sostenible para los trabajadores escénicos. Luego de estar vaciados los cuerpos es muy fresco ver a un Crespo en acción.

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Necesitamos de gente que entregue el alma sin importar si el teatro está vacío, y Crespo es uno de ellos, demostrando que no se vive solo del drama y que el humor es una mejor herramienta para la calamidad. (O)