Ahora, más que en ninguna otra época, la adolescencia se ha convertido en una etapa muy complicada desde el punto de vista emocional y psicológico. Las redes sociales y la capacidad de compararse a cada momento con otros, el culto a la apariencia física, los peligros de que cualquier error sea fotografiado o grabado y luego publicado ponen a nuestros adolescentes en una posición de fragilidad psíquica que les impide enfrentar con solvencia las situaciones adversas que deben atravesar.

Por otro lado, los padres (lo dice la psiquiatra y psicoterapeuta María Velasco) están viviendo la crianza más frustrante y exigente de la historia. El nivel del bienestar en la infancia y en la adolescencia ha decaído significativamente y la vulnerabilidad ha aumentado. No hay precedentes de lo que estamos viviendo como sociedad.

Por esto, hoy quiero proponer la mirada hacia el presente que podemos atender desde el lugar más importante en la vida de un niño y adolescente. Ese lugar es en el que están sus padres y sus madres. ¿Qué tienen que hacer los padres para impedir que esto siga ocurriendo?

Lo primero e imprescindible es trabajar en la salud mental de los hijos. No existe bienestar ni felicidad sin salud mental.

¿Pero qué implica la salud mental? ¿Qué se necesita para que un niño, futuro adolescente, crezca bien? Pues requiere tres cosas fundamentales: que la estructura familiar sea suficientemente estable, que sus miembros tengan relaciones suficientemente sanas y que se cumpla la función paterna y materna, basada en lo fundamental para la psiquis humana.

Una relación que esté basada en el amor, en el respeto, en la intimidad, en ser un espejo positivo para los hijos será la voz y fuerza interior de ellos, un puerto seguro en el que no importa si se es distinto a los demás o si se está equivocado, un ambiente en el que se valoren los intentos y los fallos.

Una función paterna y materna que se cumpla mientras se la disfruta, como quien está a cargo de desarrollar y dar seguridad a la obra más admirable de la creación. Una relación que se teje con la palabra más trascendente de la vida del ser humano: el vínculo.

La buena noticia es que los padres y madres tenemos la capacidad de influir en nuestros hijos para protegerlos de las amenazas que atentan contra su estabilidad emocional, permitiéndoles adaptarse a la realidad y vivirla como una experiencia maravillosa. (O)