En el orden natural del universo, son los hijos quienes, pasados los años, ven morir a sus padres. Pero no siempre tenemos control sobre el guión de la vida y sucede al revés de lo previsto naturalmente. Por eso, la muerte de un hijo sigue siendo un acontecimiento raro y desgarrador para las familias. Incluso recientemente la RAE ha reconocido el uso de una nueva palabra hace poco creada para referirse a este estado: huérfilo, que se refiere a “huérfano” de hijos.

“Sea padre o madre, ninguno está preparado para la muerte de un hijo. Normalmente se supone que los hijos viven más que nosotros (los padres). Es importante recordar que el tamaño de su pérdida no lo determina la edad del hijo que perdió. La pérdida de un hijo es muy doloroso en cualquier edad”, ilustra la psicóloga clínica Lucía Noboa, especializada en tanatología y elaboración de duelo.

Se puede experimentar muchas reacciones de duelo, amplía Noboa. Puede haber un trauma intenso, confusión, rechazo, tristeza, culpa, resentimiento, enojo, con Dios, con la vida. Algunos llegan a perder sus creencias espirituales, otros deciden aislarse de los demás.

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“Hay preguntas como ‘por qué no lo cuidé bien’, es una sensación de culpa. Muchas veces la persona piensa que no merece ser feliz cuando el hijo ha muerto y muere con el hijo simbólicamente, un suceso tan dramático, que no solo desestabiliza la persona individual y a la pareja, sino también el resto de la familia”, explica Noboa. Por eso, añade, lo más conveniente es tratar de unir a la familia, para cuidarse los unos al otro y evitar que la familia se rompa. “Es una situación tremendamente dolorosa todos necesitan apoyo, entonces hay que buscar un apoyo sistémico”.

No obstante, los padres que enfrentan esta pérdida a menudo tienen dificultades para acceder al apoyo de amigos y otros familiares, ya que la pérdida es tan impactante y devastadora que a los otros les resulta casi imposible imaginar lo que están experimentando y les es difícil comprender qué podrían decir o hacer para mejorarlo.

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Si bien es cierto que los padres que han sufrido este tipo de pérdida pueden buscar tiempo a solas y no responder de inmediato a las ofertas de apoyo, sus seres queridos deben mantenerse conectados con ellos en lo posible. “La mejor forma de ayudar a los padres que han perdido un hijo es estar a su lado, dándoles su espacio”, indica Noboa, señalando una serie de sugerencias que los demás en su entorno pueden efectuar:

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  • Darles abrazos, que duren más de 30 segundos. Eso aumenta la oxitocina y le hace sentirse queridos y acompañados.
  • Tener empatía y acompañarlos en su dolor. Dejarlos llorar y hablar cuando lo necesiten.
  • Ayudarles en lo práctico, sobre todo en las cuestiones del entierro, los trámites, seguros, compras, que en medio de la tristeza podrían resultar abrumadoras.
  • Igualmente, colaborar en los asuntos del hogar, así como en el cuidado de los otros hijos, si los hubiera, en especial si son menores.
  • Está bien hablar de forma frecuente sobre el hijo que se perdió. Decir el nombre del fallecido y compartir historias que los padres pueden no conocer. Eso les da tiempo para pensar, para recordar y elaborar el duelo.

En su experiencia personal, Noboa también recomienda llevar a cabo rituales, que son igual de importantes para sobrellevar la pérdida, tal como experimentó con el fallecimiento de su sobrino a los 15 años, tras un siniestro vial. “Al año, por ejemplo, lo que nosotros hicimos fue reunirnos, cada uno ofreció una oración, un pensamiento. Los más chiquitos también hicieron una notita la leyeron y cada uno iba botando sus cenizas. Siempre lo recordamos, tenemos fotos de él. Como familia hicimos un collage de fotos para mi hermana con los momentos más importantes de Martín y los que compartimos”.

Un informe de la revista Psychology Today también recomienda a los allegados de padres en luto resistir hacer juicios sobre su duelo o el tiempo que dedican al duelo, y más bien aceptar los sentimientos que ellos expresan, aunque sean difíciles de escuchar. Bajo ninguna circunstancia alguien debe decir “sé cómo te sientes” o sugerir de alguna manera que es hora de “superarlo” o “seguir adelante”.

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El duelo y la pareja

La pérdida de este tipo afecta poderosamente a cada padre, quizás de diferentes maneras. Uno puede llorar incontrolablemente mientras que otro puede retirarse al silencio. Foto: Shutterstock

En muchos casos, las relaciones y los matrimonios no sobreviven a la pérdida de un hijo. La pérdida de este tipo afecta poderosamente a cada padre, quizás de diferentes maneras. Uno puede llorar incontrolablemente mientras que otro puede retirarse al silencio, por lo que aceptar y reconocer los estilos de afrontamiento del otro es esencial: la pareja que llora menos no necesariamente se siente menos. Además, uno de las dos partes puede buscar más intimidad y contacto físico, mientras que el otro se retira.

“Aceptar la muerte de un hijo no es fácil para nadie y cada persona tiene una manera muy diferente de afrontar”, dice Noboa. Puede haber reproches sobre todo por la manera en que cada uno afronta el duelo e incomprensión de las emociones individuales, que pueden llevar a un desgaste de la relación.

La especialista también opina que si un matrimonio ya iba mal antes de la muerte del hijo, lo más probable es que esto termine siendo el detonante de una irrevocable separación o divorcio. La comunicación abierta y el apoyo incondicional, junto con el tiempo, pueden ayudar a la pareja a mantener su vínculo a través de esta experiencia.

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Cuándo se supera la muerte de un hijo

La muerte de un hijo es algo que va a contra natura, por eso rompe los esquemas de una familia y provoca un gran estrés físico y emocional, inclusive espiritual, que es difícil de lidiar.

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“Hay que aprender a vivir con esto, hay que dejar pasar el tiempo y los sentimientos de tristeza y dolor empiezan a pasar a ser nostalgia, empezamos a ver nuevos amaneceres, a tener nuevos proyectos y poco a poco la vida nos va brindando nuevos comienzos”.

En todos los casos, la psicóloga Lucía Noboa sugiere buscar ayuda psicológica y terapéutica para atravesar el duelo. Generalmente, elaborar el duelo toma entre seis meses a un año, sino se convierte en duelo patológico. (F)