Desde el inicio del proceso de independencia sudamericana, en 1810, empezaron a llegar combatientes de tal procedencia. Primero en pequeños grupos de voluntarios, después como soldados de paga comandados por experimentados oficiales. Algunos habían servido bajo órdenes del duque de Wellington durante las guerras de liberación de España (1808-1814), a consecuencia de la invasión francesa. El final de las guerras napoleónicas, con la victoria de Waterloo en 1815, trajo una grave crisis económica en el Reino Unido debido a los elevados impuestos y a la competencia de otros países europeos que desarrollaron su propia industria durante los años del bloqueo continental impuesto a las mercancías británicas.

La desmovilización de su ejército puso a disposición de la causa a una juventud desempleada, acostumbrada a las privaciones del servicio, con sed de gloria y fortuna, a más de material bélico sobrante que fue ofertado con facilidades de pago a los agentes hispanoamericanos acreditados en Londres.

Hacia fines de 1817 se organizó una expedición de cinco fragatas y bergantines: la Bretaña, la Esmeralda, el Dawson, el Príncipe y el Indian, que transportaba 800 hombres a órdenes de los capitanes Gilmore, Hippisley, Wilson, Campbell y Skene, y un cargamento de 10.000 fusiles, pólvora y municiones. Al llegar a las Antillas, informados del estado de miseria que afrontaba la revolución, y debido a la mortandad desatada por la fiebre amarilla, buena parte desertó. Apenas 150 llegarían a las costas de Venezuela, donde serían conducidos por el Orinoco hasta Angostura, ciudad oriental del macizo de las Guayanas, donde Bolívar mantenía su cuartel de operaciones en procura de la conquista de los grandes llanos occidentales del Apure y la costa del Caribe, todavía ocupados por el ejército español del Pacificador Morillo.

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Tomás Cochrane, almirante inglés. Wikipedia

Y aunque el pequeño contingente angloirlandés no marcaría una diferencia en el equilibrio de fuerzas, sí lo hizo la llegada del material bélico que fue distribuido a los lugartenientes del Libertador: Páez, Mariño, Anzoátegui y Bermúdez, insuflando renovados bríos a la resistencia patriota.

Comprendiendo la importancia del refuerzo británico, Bolívar envió como reclutadores a Londres a los capitanes Elson y English, quienes, invocando el nombre del héroe de la emancipación subcontinental y comprometiendo una paga regular, consiguieron una leva de 2.200 hombres que fueron llegando por partidas hasta principios de 1819. Justo a tiempo para emprender la audaz campaña que cruzó los llanos en plena estación lluviosa, vadeando en frágiles balsas, botes de cuero y a cola de caballo innumerables ríos caudalosos. Como la guerra en Venezuela se encontraba en punto muerto, con los españoles a la defensiva, pero sin poder comprometer una batalla definitiva, el Libertador tomó la temeraria decisión de dirigir su ejército a los Andes granadinos (colombianos) para derrotar al general Barreiro, sin que este pudiera reunirse con Morillo, a fin de disponer de recursos humanos y materiales que permitieran una victoria concluyente. Páez, que sería el primer presidente venezolano, diría que tal empresa sería tan difícil “como coger el cielo con las manos”.

Con cuatro batallones en formación: Barcelona, Bravos de Páez, Rifles y Legión Británica, que sería rebautizada como Albión, estos dos últimos, conformados por angloirlandeses, tomaron la ruta del páramo de Pisba, poco utilizada por su aspereza, a fin de sorprender al enemigo. Durante la escalada de cinco jornadas, debido a la falta de ropa abrigada y hasta de calzado, 300 efectivos murieron en un solo día, quedando mermada la columna extranjera en un tercio del total. Llegados a Tunja, al norte de Bogotá, tuvieron el tiempo justo para conseguir las provisiones necesarias y recuperar fuerzas antes de librar el 7 de agosto de 1819 la batalla de Boyacá, donde cerca de 3.000 patriotas, de los cuales 900 eran angloirlandeses, enfrentaron a un número equivalente de españoles, alcanzando una aplastante victoria que puso fin al virreinato de Nueva Granada y dando origen a la república de Colombia.

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En el frente del Río de la Plata la suerte de armas también se tornaba favorable. Consolidada la libertad de las Provincias Unidas (Argentina), su Gobierno dispuso una flota de tres naves al mando del almirante irlandés Guillermo Brown, que con patente de corso se dirigió al océano Pacífico y después al Caribe para, durante dos años y medio, hostilizar el cabotaje desde y hacia la península ibérica. Entretanto, José de San Martín había consumado la independencia de Chile con los triunfos de Chacabuco (1817) y Maipú (1818), enlistando en su ejército a un contingente de exprisioneros de las fracasadas “invasiones inglesas” a Buenos Aires (1806-1807), que, trasladados a Mendoza, habían optado por quedarse a vivir en la rica provincia.

John Mac Kintosh, oficial integrante del Ejército británico al servicio del Ejército de Venezuela y Colombia en la guerra de independencia. Foto: everipedia.org

Con la visión de dominar la navegación de guerra y comercial en el Pacífico sur, Bernardo O’Higgins, director supremo chileno criollo/angloirlandés, hijo de un exvirrey del Rímac—, contrató al almirante inglés lord Tomás Cochrane para comandar la Armada de la Estrella Solitaria desde 1818. Dirigiría tres intentos para tomar el puerto del Callao, el último transportando a la expedición de quien se convertiría en el protector del Perú, contribuyendo a la proclamación de la independencia de ese país el 28 de julio de 1821. Disensiones en la conducción de la guerra con San Martín lo condujeron a su retiro, no sin antes acreditar la destrucción o captura de una decena de naves de la escuadra española.

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Bolívar firmó un conveniente armisticio con Morillo en noviembre de 1820, que permitió regularizar la “guerra a muerte” brindando garantías de bienes y vida a civiles y prisioneros. Informado de la revolución del puerto de Guayaquil, envió al general irlandés Juan Mires con material bélico para reforzar la resistencia de la milicia local. El 24 de junio de 1821 se libró la batalla de Carabobo en las cercanías de Valencia, donde la unidad de infantería de la Legión Británica de 900 hombres, al mando del coronel Ferrier, soportó el ataque principal de los españoles, resistiendo hasta el auxilio de la caballería llanera de Páez, que los pondría en fuga. Con el sacrificio de 600 bajas, esto es, dos de cada tres hombres, sellaron la independencia de Venezuela.

El general Antonio José de Sucre tomó el mando de la campaña que acometió la toma de Quito, desde el sur, toda vez que Pasto, en el austro granadino, era un bastión realista inexpugnable. Mires, cogido preso por los españoles, consiguió escapar en vísperas de la batalla del Pichincha, desarrollada en las faldas del volcán, a la vista de los habitantes de la capital, para conducir un regimiento de caballería que arremetió contra la tropa española en el momento más recio del combate. Y viniendo de la retaguardia, la infantería del batallón Albión, al mando del coronel Mac Kintosh, atacó con bayoneta calada para dispersar en derrota al tenaz enemigo.

En la liberación definitiva de Perú destacaría el joven general inglés Guillermo Miller, que había servido a órdenes de San Martín y Cochrane. Lideró la caballería patriota tanto en Junín como en Ayacucho, contribuyendo con ataques fulminantes a la independencia sudamericana. En reconocimiento a su heroísmo, el Congreso peruano le otorgó, junto con Sucre, el título de Gran Mariscal de Ayacucho. Cuando murió en Lima, en 1861, y su cuerpo fue embalsamado, se le encontraron 22 heridas de guerra y dos balas que jamás pudieron ser retiradas en vida.