Yo nací en esta tierra de las bellas palmeras, de cristalinos ríos, de paisaje ideal. De luchas y de empresa, de regeneración urbana y de nuevos proyectos ambiciosos. De huecas con sabor criollo, del Clásico del Astillero. Ciudad del río grande y del estero, donde el sol es un sol domiciliado, que amanece riendo en el primero y se duerme jugando en el Salado.

Perdone usted, mi lector, si cada año cuando llega julio me robo su tiempo para hablar siempre del mismo tema. Debo confesar que celebrar las fiestas de mi ciudad me llena de emoción.

Me encanta saber que Guayaquil es una ciudad que se renueva con el pasar del tiempo, y cada vez que me siento a escribir sobre ella, encuentro distintas razones para sentirme feliz por mi ciudad querida.

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El estándar al que nos hemos acostumbrado los guayaquileños es bastante alto y exigente. Ahora no solo vemos obras de servicios básicos, pasos a desnivel y competencias administrativas, sino que planeamos eventos por temporada; y, hasta hemos empezado a empujar una interesante movida cultural, que bien puede ser el inicio de ese lado inexplotado de la ciudad.

Yo felicito no solo al alcalde, que lidera estas iniciativas, sino sobre todo a la gente de Guayaquil.

Esa gente que no se conforma con pedir obras a sus autoridades, sino que ellos mismos arriman el hombro para conseguirlas; y, sobre todo, una vez obtenidas, las cuidan. El guayaco sabe que hay que cuidar con amor lo que se ha conseguido con esfuerzo.

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Qué importante es esto: cuidar nuestra ciudad. En gestos simples se puede demostrar el civismo. No hay que ser autoridad ni empresario para colaborar con el crecimiento de la ciudad. Cada uno puede hacerlo desde su propio sitio, asumiendo conductas a las que todos debemos sentirnos obligados, como por ejemplo: sacar la basura a la hora indicada, velar por las áreas verdes, recoger los desperdicios de los animales a nuestro cargo, enseñar el himno a nuestros pequeños, apoyar con nuestra visita los nuevos destinos locales; en fin, hay mil maneras sencillas de contribuir, que bien pudieran ser parte de nuestra rutina, y que inciden de manera directa en el embellecimiento de una ciudad generosa, que necesita nuestro aporte.

Por eso, un año más me permito compartir con todos el orgullo de ser guayaco, de poder disfrutar juntos de una ciudad moderna, limpia y pujante.

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Para quienes nos visitan, o para quienes hemos estado desde siempre aquí, julio es un mes lleno de júbilo y actividades. Vivamos la ciudad y disfrutemos sus logros.

Por eso, un año más digo… ¡Viva mi tierra, viva Guayaquil!(O)