Roberth Simisterra no puede dormir pensando cómo pagará la pensión en la escuela de su hija, de 6 años. Vive con ella y su esposa en un cuarto alquilado en la Isla Trinitaria, en el sur de Guayaquil. Es guardia, pero ha sido albañil, caramelero, betunero y vendedor de corviches. “De todo, menos empresario”, dice, y ríe con ironía.