Shanghái-Wuhu, China

El vuelo aterriza en Shanghái (China) después de más de once horas de viaje desde Ámsterdam (Países Bajos). La mayoría de los pasajeros son asiáticos, otro tanto son europeos y un puñado son latinos.

Dentro de ese grupo de hispanos hay ecuatorianos que viajaron desde Guayaquil hasta Ámsterdam por once horas y cambiaron de avión para hacer la conexión con China.

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Es la tarde de un sábado de octubre en el gigante asiático, que tiene trece horas de diferencia con Ecuador. Shanghái está algo fría, pero no al punto de requerir ropa abrigada en extremo.

Los ecuatorianos que llegan en ese vuelo van por asuntos laborales, eventos o turismo. Están exhaustos, pese a las varias películas o las extensas horas de sueño que se pueden tener en vuelo. Después de más de un día de viaje, entre escalas y vuelos, el cuerpo se fatiga.

El aeropuerto de Shanghái es una de las puertas de entrada de turistas a la China. Jorge Villón

Llegar hasta esa nación demanda un largo trayecto. No hay vuelos directos de Quito o Guayaquil hacia una ciudad china. Así que la opción es tomar, por ejemplo, vuelos por Estados Unidos o Europa para la conexión.

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Dependiendo de la ruta, un viaje a ese país, con el cual Ecuador ha firmado un acuerdo comercial, puede tomar algo más de 20 horas, saliendo de Quito o Guayaquil. Un pasaje con escalas desde Ecuador puede superar los 2.000 dólares, según la fecha y la aerolínea.

A más de tres años de la pandemia de COVID-19, China está abierta al turismo. No tiene restricciones para entrar por ocio, pero las llegadas de extranjeros han sido paulatinas. En el aeropuerto de Shanghái, una de las principales puertas de entrada, aún no se ve mucha gente de América Latina.

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En esa terminal no hay personal sanitario a la expectativa de pasajeros arribando con síntomas gripales ni haciendo controles de temperatura con dispositivos, como fue en los peores meses de contagios.

Unos contados pasajeros foráneos en el vuelo que arribó usan tapabocas. El resto, incluidos asiáticos, pasan a la zona de migración con su rostro despejado.

En la enorme terminal de Shanghái, sin embargo, hay máquinas de atención al usuario donde se debe llenar un formulario sanitario y otro de ingreso antes de pasar por los filtros de migración.

Los ecuatorianos no necesitan visado para entrar a China por asuntos de turismo. Es una de las pocas potencias del mundo donde los ecuatorianos solo pueden entrar con pasaporte. Pero los agentes de migración suelen hacer unas cuantas preguntas sobre el motivo del viaje, los días que pernoctará, el destino final o el hotel donde se hospedará.

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Y los agentes pueden requerir evidencia, como un documento. No hay español de por medio ni señalética o aviso en este idioma. Por eso, quien llega a China solo y no sabe mandarín debe por lo menos sostener una conversación básica en inglés para poder responder a cualquier consulta del agente migratorio. El ni hao (hola), xie, xie (gracias), dui (correcto) que uno puede aprender al vuelo, en redes sociales, será insuficiente para ese momento migratorio.

Tras los filtros, la salida es menos compleja que en otras terminales. Las bandas de las maletas están no muy lejanas a las zonas de migración. No hay un control para tomarlas y salir. Eso sí, la salida del país es otra historia, más rigurosa en los chequeos, con varios filtros antes de pasar a las salas de despegue. Chequeos a las maletas y de revisión corporal. Tal vez hasta más exhautivos que en aeropuertos americanos. Nada sospechoso se embarca en el avión.

Una zona comercial de Shanghái, donde acuden turistas y regatean por los precios.

Yuanes o pago con celular

China tiene una particularidad en la forma de hacer sus transacciones: la mayor parte de su población usa su celular para hacer pagos, pequeños o grandes. Los comercios —sin importar el tamaño— no aceptan regularmente las tarjetas de crédito como medio de pago. Sea una tienda de ropa o una tienda de paso en una gasolinera, prefieren yuanes o medio de pago electrónico (billetera electrónica) con celular. Es lo más popular en las nuevas generaciones chinas.

Antes de viajar es aconsejable descargarse estas aplicaciones de medios de pago electrónico o provisionarse de yuanes al arribar. AliPay y WeChat Pay son los servicios de pago móvil que más se usan en China, y al que suelen acceder los turistas extranjeros. Estas aplicaciones aceptan la vinculación a sus billeteras digitales con las tarjetas emitidas por Visa y Mastercard.

En el aeropuerto de Shanghái, para la segunda semana de octubre, un dólar equivalía a siete yuanes aproximadamente. Para tener una idea, dependiendo del lugar, una Coca Cola personal o una botella con agua puede estar al alcance de eso, dependiendo de donde se la adquiera. Buena parte de los extranjeros que llegan a esta ciudad buscan canjear dólares o euros en puntos de la terminal aérea.

A más de las marcas chinas, en las urbes principales hay negocios de Occidente.

China: el lado comunista, el lado abierto al capital

Gobernada por Xi Jinping, China es para unos la principal potencia del mundo; para otros, es la segunda. Lo cierto es que en los últimos años este país asiático de 23 provincias ha logrado un desarrollo importante, que le ha permitido ubicarse entre las principales economías, pese a sus altibajos internos.

La China dominada por un sistema de partido único, el comunista, tiene megaciudades con imponentes rascacielos —que superan los 50 pisos— y que describen ese poderío y desarrollo que ha cosechado en las últimas décadas. Los rascielos hacen un peculiar contraste con templos chinos antiguos que aún están en pie.

El interior del restaurante que está en la Torre de la Perla Oriental y que sirve como mirador. Está a 267 metros.

Shanghái, moderna y tecnológica, es una de esas megaurbes, que parecen no tener nada que envidiar a las metrópolis de Occidente. De noche, sus rascacielos se alumbran dejando a la mirada un vistoso skyline. Un perfil donde destaca la torre de la Perla Oriental, uno de los atractivos de esa ciudad. Es una enorme torre de 468 metros, una de las más altas de Asia.

Es un punto de interés de los turistas, por sus tres niveles que funcionan como miradores. La torre cuenta con un restaurante giratorio a 267 metros, donde los comensales beben o comen con el panorama de la ciudad mientras silenciosamente van dando vuelta.

Una vista de Wuhu, una de las ciudades industriales de china que albergan a fabricantes de vehículos.

Con una China que ha expandido sus productos a nivel gobal —con sellos propios y de terceros— uno pensaría que el consumidor de ese país solo está acostumbrado a sus propias marcas. Pero no. Las calles de sus grandes urbes son una muestra de lo abierta que puede ser su economía en el momento de acoger marcas de Occidente. McDonald’s, Starbucks, Adidas, Apple, Hilton, tienen presencia en varias ciudades chinas, sin mencionar que marcas alimenticias de Occidente están en las perchas de los supermercados, como Coca Cola, Hershey’s, Lays, Oreo...

Por las calles de urbes chinas circulan carros de la creciente industria automotriz de ese país, que se codean con otros modelos occidentales. En ciudades grandes incluso es frecuente ver vehículos de muy alta gama de marcas europeas y estadounidenses.

Pero China quiere hacerse de un espacio mayor en ese mercado automotor. Hay ciudades que albergan las sedes de los grandes grupos de la industria automotriz, que están procurando penetrar en otros segmentos. Ocurre eso en Shenzhen o Wuhu, donde la economía la mueven en parte estos conglomerados. En esta última ciudad, por ejemplo, está el grupo Chery Internacional, que aglutina a marcas como Omoda, Jaecoo y Exeed, estas dos últimas que apuntan con sus modelos a estratos altos, de lujo.

Un equipo periodístico de este Diario recorrió semanas atrás una de esas plantas en Wuhu, donde robots hacen parte del trabajo del ensamblaje de carros, en el que además intervienen jóvenes profesionales en parte de la cadena de producción. Allí, dicen, están empeñados en que los mercados fuera de China conozcan que el producto de este país tiene calidad.

Una de las calles de Wuhu en la que conviven restaurantes, cafeterías y tiendas artesanales. Jorge Villón

Los bloqueos para unos que se rompen para otros

Google, Instragram, X (antes twitter) y Facebook están bloqueados en China. Al menos están bloqueados para los ciudadanos chinos. Ellos tienen sus propias redes, como Wechat, que es como el whatsapp chino, con múltiples servicios. Los turistas, sin embargo, llegan con VPN instaladas que liberan el bloqueo. Hay gratuitas -con sus limitaciones y lentas- y pagadas. La VPN o red privada virtual permite a un usuario móvil -que tenga un chip internacional- acceder a internet y mantener la privacidad de la identidad digital. Al conectarse a un servidor de VPN, el tráfico de internet del usuario fluye por un túnel encriptado al que nadie puede acceder. Así, muchos viajeros que pisan China acceden a webs o redes sociales que para los chinos están restringidas. Los servicios pagados de VPN se los puede contratar desde cualquier país antes de viajar. Hay de todo precio, desde 10 hasta 15 dólares por mes.

El menú de un restaurante de cadena china. Se encuentran desde carnes y mariscos hasta piezas para paladares exóticos, como ancas de rana, sesos de cerdo o mondongo.

La comida exótica, picante y nativa

Como el resto de países, China tiene una variada gastronomía: esa popular que se puede encontrar en pequeños puestos callejeros o comercios de barrios o mercados, o aquella de carta que se puede degustar en restaurantes y hoteles a precios diferentes. En la calle se pueden encontrar opciones equivalentes a dos dólares, como panecillos hechos con diferentes ingredientes o pinchos de piezas de pollo o mariscos. Desde la pandemia ya no se ven muchas excentricidades comestibles en los mercados callejeros.

En una mesa de restaurante, un comensal puede encontrar opciones dulces, saladas, ácidas, amargas y picantes. La variedad depende de las ciudades. Hay restaurantes con mesas circulares donde se hallan diferentes porciones de productos de mar, de tierra, y el cliente se va sirviendo las porciones y bocados que se apetecen a medida que la mesa gira.

También hay establecimientos donde la mesa tiene divisiones en las que el comensal puede ir hirviendo lo que se va a comer al momento, desde vegetales hasta carnes o mariscos. En los menús de un local que visitamos había ancas de ranas, sesos de cerdos y partes del estómago de reses como alternativas de la carta. Un menú de almuerzo variado puede ir desde los 15 dólares e ir subiendo de acuerdo al sector y establecimiento. Pero todo depende de hasta dónde se quiera llevar la experiencia culinaria en China. (I)