El rostro de Francisco estaba enrojecido, inflamado, con muchas laceraciones en la piel y con los párpados tan hinchados que apenas los podía abrir. Sus heridas, recuerda su madre, fueron causadas por los perdigones que le dispararon sujetos armados al interceptar la embarcación que custodiaba para robarles las pistolas, chalecos y otros implementos de seguridad.