José Campuzano siempre camina por el centro de Manta, elegante, bien vestido, saludando a los demás. Esta vez lleva puesto un pantalón plomo y una camisa azul a rayas; el peinado a un lado, siempre formal, siempre alegre, pero hay en él una pena que apenas puede soportar, algo difícil de ocultar: la muerte de un hijo.
La mañana es fresca en Manta, apenas hay sol. En el Palacio de Justicia, personas con trajes elegantes entran y salen con mochilas y portafolios.
En una esquina, no menos elegante, charlando con sus amigos, está José, padre de Óscar Campuzano, asesinado en 2023.
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“Mi muchacho no le hacía daño a nadie. Era un hombre bueno, trabajador. Pero ese día, en un instante, todo cambió. Él solo estaba en el lugar equivocado”, señala.
Era la noche del 11 de marzo de 2023, en el barrio 8 de Enero, una zona de callejones angostos ubicados cerca de la zona comercial de Manta. Óscar, quien trabajaba como taxista, estaba en su tiempo libre y había parado su motocicleta para charlar con unos amigos en una esquina.
Minutos antes habló con su esposa, quien estaba en una fiesta infantil con sus tres hijos. “Voy por ti”, le dijo. Ella respondió que no, que tomarían un taxi. Fue lo último que hablaron.
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Un sicario llegó, descendió de otra moto y abrió fuego contra todos los que se encontraban en ese lugar. Óscar cayó sin vida. Junto a él, una niña de 5 años también perdió la vida, mientras otra persona, herida, logró escapar. Al parecer, esta última era el objetivo de los sicarios.
“No era solo mi hijo. Era una niña, una criatura inocente. ¿Cómo se explica tanto dolor?”, se pregunta José.
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José apenas podía entender lo que pasaba; parecía irreal. Su hijo, que no tenía problemas con nadie, había sido asesinado. Dejaba tres niños huérfanos y a un padre destrozado.
Aún así, al día siguiente del crimen, algunos medios publicaron que Óscar tenía antecedentes penales. Entonces, José reunió fuerzas y empezó una nueva lucha en medio de su luto: demostrar que su hijo era una víctima inocente.
“Tuve que ir a la Policía a pedir un certificado que probara que mi hijo no tenía antecedentes, que no era delincuente”, cuenta.
Ese documento fue su pequeño triunfo contra una narrativa que, según él, facilita que los casos de víctimas inocentes se archiven sin justicia.
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“Si dicen que tenía antecedentes, no investigan. Cierran el caso y ya. Pero Óscar no era de esos. Él solo quería sacar adelante a su familia”, agrega.
La tragedia de Óscar y la niña que murió ese mismo día no es un caso aislado. Manta vive ahora sus meses más violentos.
Según datos de la Policía, en lo que va de 2025, el Distrito Policial Manta, que incluye los cantones de Jaramijó y Montecristi, registra 212 muertes violentas, entre las que se cuentan víctimas inocentes, como cinco niños de 4 meses, 2, 4, 6 y 8 años, y al menos siete adolescentes de entre 15 y 17 años.
Esta cifra, en tan solo seis meses, supera los 202 asesinatos registrados en los primeros ocho meses de 2024.
La Policía atribuye la mayoría de estos crímenes a enfrentamientos entre bandas criminales, principalmente Los Choneros y Los Lobos, que se disputan el control del narcotráfico y la extorsión en esta ciudad. La mayoría de las víctimas tienen antecedentes.
“Dicen que son pocos los inocentes, pero cada uno de esos ‘pocos’ es una vida destrozada, una familia rota”, dice José.
Ataque de sicarios en Manta cobra la vida de un niño y dos adultos
El dolor de José se multiplica en algunos barrios de Manta. En los últimos meses, los ataques, como el que segó la vida de Óscar, han aumentado.
Mayo de 2025 cerró con 55 crímenes y es, hasta ahora, el mes más violento del año en el Distrito Manta.
José no conoce mucho de las estadísticas, pero sabe muy bien cómo está la situación en la ciudad. Hoy, él cuida de sus nietos mientras su nuera trabaja para mantener a los niños.
Con frecuencia sale a los exteriores del Palacio de Justicia, donde trabaja ayudando en cualquier trámite que le pidan. Allí, trata de llevar una vida normal, sonriéndole a la gente, trabajando como siempre, pero por dentro lleva el corazón destrozado por el hijo que la violencia le arrebató. (I)